RIVERA, Ana Lena (2019)
Lo que callan los muertos
Maeva, Madrid, 312 pp.
ISBN: 978-84-17108-77-9
Una novela de misterio
ambientada en Oviedo protagonizada por una investigadora de fraudes que
despertará la empatía de los lectores.
Gracia San Sebastián ha renunciado a una exitosa carrera laboral en Nueva
York y ha regresado junto a su marido Jorge a su Oviedo natal para ejercer de
investigadora de fraudes a la Seguridad Social. Su nuevo caso está relacionada
con el cobro de la pensión de un militar franquista que sobrepasa los ciento
doce años, cifra a todas luces sospechosa.
Mientras su vida personal avanza por sendas imprevistas, Gracia se
encontrará con ramificaciones del caso que la llevarán a investigar el
suicidio de una vecina de su madre. De vez en cuando pide consejo a una buena
amiga de la familia, la monja dominica sor Florencia.
Cada uno cree lo que quiere
creer. Hasta las cosas más inverosímiles.
Esta es la primera novela que leo de Ana Rivera y seguro
que no será la última, porque descubrir esta historia, conocerla a través de
sus palabras ha sido una deliciosa experiencia.
Lo que callan los muertos no es solo una novela
negra, es mucho más.
Ana aborda temas universales, el dolor, del
sufrimiento más cruel y la forma en que cada uno de nosotros somos capaces de
enfrentarlo, de intentar superarlo y seguir adelante, enfrentándolo, olvidándolo
o huyendo de él, silenciándolo e imponiendo a los demás nuestro silencio…
El dolor
enquistado y no compartido lo hacía más salvaje y pasional. Éramos dos animales
heridos buscando un placer que duraba el tiempo justo para hacernos olvidar y
después nos devolvía, cruel y despiadado, a la realidad de nuestra perdida.
Ana realiza a lo largo de toda la novela un alegato
a favor de la valía de la tercera edad, y un alegato en contra de ese abandono
al que se ven obligados muchos de ellos, a pesar de contar con familia.
Los más jóvenes
tienen que explicarnos a los viejos todo lo nuevo que hay en el mundo y los
viejos tenemos que contarles a los jóvenes las verdades que nunca cambian.
Es muy triste
sentirse solo en cualquier momento de la vida, pero aun lo es más, cuando uno
es viejo. Al fin y al cabo, no existe un futuro en el que confiar para que
traiga cosas mejores.
Y más allá de esa reflexión obligada sobre temas
cotidianos, más allá de una historia en la que las preguntas abundan más que
las respuestas, más allá de una trama que me ha parecido magnífica, la autora ha
conseguido trasladarme a la ciudad de mi infancia.
A una capital de provincia que en algunos aspectos parece haberse quedado
anclada en el pasado, donde las apariencias y el qué dirán aun pesan demasiado
en el día a día de sus habitantes.
Algunas personas vivían
pendientes del “qué dirán” y hacía
cuarenta años había muchas más, sobretodo en determinados tipos de
familias bien posicionadas.
En las ciudades
pequeñas la gente se ayudaba sin excusas, sin necesidad de conocerse. Aun pervivían algunas buenas
costumbres del pasado. Y también algunas malas.
He vivido con Gracia el peso de estar en boca de
todos sin deseo alguno de que así sea, he rememorado en sus conversaciones con
Adela, las conversaciones que hace años mantenía con mi propia madre y me ha
llenado de nostalgia y me ha hecho reir a carcajadas y sobretodo me ha hecho
echar de menos esa seguridad que consciente o inconscientemente buscaba y
encontraba en esos consejos que a veces, como a Gracia, me llenaban de ira
contenida. Y he sido consciente, como hace tiempo no lo era, de lo que añoro
hoy sus palabras y sus guisos.
¿Sabéis esas novelas, esas películas en las que un
personaje secundario acaba teniendo más peso que el protagonista?.
Eso ocurre en esta novela.
Adela es una secundaria de lujo, la réplica
perfecta a los silencios de Gracia, la cómplice perfecta para sus pesquisas,
una mujer aguerrida e independiente, pero como buena madre, pendiente, en
algunos momentos más de lo necesario de sus dos “retoños”.
Todas sus apariciones son apariciones estelares,
como las de esas vedettes que en las revistas de mi infancia bajaban la
escalera con trajes llenos de plumas y brillos, aparecer ella y acaparar toda
mi atención ha sido todo uno, me ha procurado los momentos más memorables de la
lectura.
Y no es menos lujosa la presencia de Sor Flo, una
monja golosa y sin pelos en la lengua que también ha traído a mi mente el
recuerdo de una mujer que fue muy importante allá por mis lejanos 18 años.
-¿Sabes que dicen
que los elefantes lo recuerdan todo?-
dijo sor Flo-. Las personas también. Sobre todo, recordamos lo que nos duele
mucho y lo que nos hace muy felices.
Los personajes femeninos son el eje central de la
novela; junto a Gracia, Adela y sor Flo, es básica y necesaria la presencia de Bárbara,
la hermana de Gracia, esa mujer triunfadora
y decidida, esa mujer que hace siempre lo que se supone que debe hacer, y Sarah, la amiga incondicional, la que la
apoya en sus penas y la ayuda en sus locuras.
A estos personajes les dan la réplica varios
personajes masculinos no menos interesantes, con no menos aristas y secretos.
Pepe, un hombre entrañable al que la necesidad de
saber de Gracia convierte, sin querer, casi en amigo, un galán irreductible, un anciano
de mente preclara.
Sus cumplidos me
hicieron sonreírle con cariño. Pensé que si eso lo hubiera oído en
mi anterior
trabajo se la habría jurado al tipo que se hubiera atrevido. Claro que la
intención de
cualquier colega de entonces habría sido mucho más canalla que la de Pepe, que
solo intentaba hacerme sentir cómoda. Eran modales
de otros tiempos
que ya no cuadraban con el estilo de vida actual.
Jorge, ese marido, al que intuimos, pero no
llegamos a conocer… ¿Habrá que esperar a próximas entregas para conocer lo que
piensa y siente?. Os aseguro que así lo espero.
Junto a este elenco, un amplio catalogo de
secundario sin los cuales la historia y su desenlace no tendrían sentido.
Sofía, Carmina, Berta, Regina, Antonio, Ernesto….
No voy a hablar de ellos porque os aseguro que es
un lujo ir descubriéndolos poco a poco.
Y si es
importante la trama, si son casi perfectos los personajes, Ana, además, es una experta en transmitir
sensaciones a través de sus descripciones que se convierten en pura poesía.
Nunca había conseguido una novela hacerme sentir de
forma tan contundente el tibio sol del norte en el rostro.
El olor a la
hierba verde, húmeda por la helada de la noche, junto con el sol del invierno
en la cara y los ladridos de felicidad de Gocko en los oídos, eran un excelente
estímulo para el espíritu. Si esa sensación pudiera embotellarse y consumirse
cada vez que alguien se enfada o se deprime, el mundo sería mucho mejor.
Y por si aun no lo tenéis claro, yo de vosotros no
me perdería esta historia. Por la calidad de la trama,
por la calidad de la
trama y sobre todo, por todo lo que os hará sentir la lectura de esta historia más
allá de la intriga de su explicita trama de novela negra.
Aquellos nombres
me despertaron recuerdos entrañables. Las relaciones que se forman en la
infancia son tan intensas que, aunque se enfríen con el paso del tiempo, la
conexión con ellas se mantiene toda la vida.