El Rincon de Alberto

miércoles, 29 de agosto de 2018

Todos los veranos del mundo


GUTIERREZ, Monica (2018)
Todos los veranos del mundo
Roca Editorial, Barcelona, 320 pp
ISBN: 9788417092924

Helena, decidida a casarse en Serralles, el pueblo de todos sus veranos de infancia, regresa a la casa de sus padres para preparar la boda y reencontrarse con sus hermanos y sobrinos. Un lugar sin sorpresas, hasta que Helena tropieza con Marc, un buen amigo al que había perdido de vista durante muchos años, y la vida en el pueblo deja de ser tranquila.

Quizás sea el momento de refugiarse en la nueva librería con un té y galletas, o acostumbrarse a los excéntricos alumnos de su madre y a las terribles ausencias. Quizá sea tiempo de respuestas, de cambios y vendimia. Tiempo de dejar atrás todo lastre y aprender al fin a salir volando.


Tengo la sensación de que algo ha cambiado, tan imperceptiblemente como el diminuto granito de arena heraldo de un derrumbe mucho mayor. Pensé que no quería volver a Serralles porque los recuerdos me pesarían tanto en los bolsillos que no podría echar a volar con los primeros soplos de la tramontana. Y sin embargo —sin embargo— allí estaba, más despierta que en mucho tiempo, lidiando con algunas verdades, desvelando las trampas de mi memoria.

La novela ante la que nos encontramos es una de esas novelas que se pueden describir con un solo adjetivo BONITA.
Es una historia bonita, escrita con una prosa cuidada y perfecta, con un final bonito y con una trama deliciosa, pero es mucho más.

Es una novela que nos hace reflexionar sobre lo que ocurre cuando en el momento y el lugar donde va a ser comienzo tu futuro el pasado te alcanza y te voltea como una ola, te zarandea los esquemas y arrasa con los convencionalismos que han regido toda una vida. Lo que ocurre cuando dejas de hacer lo que se supone que debes hacer y empiezas a hacer solamente lo que deseas, cuando dejas que por fin sea tu corazón quien rija tu destino, desbancando la supremacía de la razón.

Está convencido de que te quiere. Pero no te quiere por cómo eres detrás de esa cara de póquer, porque ni siquiera sospecha que detrás de esos moños y esos trajes tan serios, de ese cerebrito brillante, haya otra persona, sensible y original. Creo que está enamorado de la idea que tiene de ti, de lo que es capaz de ver de ti.
—¿Y si supiera cómo soy… saldría despavorido?
—Helena, Jofre quiere casarse contigo por tu temple, por tu fachada perfecta, porque sabe que jamás te pondrás a bailar la danza de la lluvia encima de una mesa cuando cierres un buen trato en los juzgados o cuando ganes un pleito.
Sabe que siempre harás lo correcto, que siempre serás imperturbablemente perfecta.


Claro que tiene una historia de amor, es vital y necesaria para construir la trama, pero  yo no diría que es una novela romántica, ni que es una novela #feelgood. Hay momentos, muchos, lo confieso, en los que me superan las etiquetas, por que se quedan cortas y porque está novela es mucho más. Porque habla de los sueños que tenemos y olvidamos, habla de la búsqueda de nosotros mismos y habla del amor, si, pero no sólo del romántico,  habla de amor fraterno y del fraternal, habla del amor a los amigos y habla  de la solidaridad y el cariño construido a través de los vivencias... habla de la vida y de como a veces no encontramos el camino, sino que este aparece a nuestros pies como esa sucesión de baldosas amarillas o como esa estela que seguimos en el cielo para volar al país de nunca jamás.

—En eso le doy la razón, mi verano está resultando extrañamente… revelador.
—¿Qué ha descubierto?
—Que no importa lo lejos que corras a esconderte, la vida acaba por encontrarte. Y que pensaba que al venir aquí iba a casarme con la única persona a la que amaba. Pero me he encontrado con un puñado de personas a las que verdaderamente amo y con las que no voy a casarme.
—Ah, sus planes… Alguien le ha desbaratado sus planes.
—Puedo empeñarme en no escuchar y seguir adelante con ellos.
—¿Es eso lo que le dice su conciencia?
—No, los abogados tampoco tenemos de eso.
—Pero usted no es abogado.
—Ya no.
—No, no me entiende. Usted no es abogado cuando entra aquí, en La biblioteca voladora.


Mónica nos regala unas descripciones tan minuciosas y certeras  de los paisajes,  que tan pronto sientes que corres bajo el sol de Agosto por las calles empedradas de un pueblo del Pirineo, como notas la sensación de la arena fresca en los pies o hueles las uvas y sientes el sabor del tomaco en el paladar. 

Y si estos paisajes los recorres en cada página no haces menos con los protagonistas, la autora es una verdadera maestra consiguiendo que seamos capaces de internarnos en el cerebro y el corazón de cada uno de los personajes. Es tan emocional y tan vivida la personalidad de cada uno de los personajes que sentimos la ternura de Marc, la frialdad del Juez Dred, la ira de Silvia, el secreto que se esconde tras la ironia de Xavier, la infinita tristeza de una mujer que levanta una muralla que le impide mostrar al mundo el amor inmenso por sus hijos o la infinita tristeza de la pérdida irreparable, nos permite conocer a un librero excéntrico que me ha regalado momentos mágicos con su excentricidad y su forma de ver la vida a través de un te negro con una nube de leche  y sobretodo nos permite meternos en la piel de Helena, esa mujer que se va quitando corazas a lo largo de las páginas, esa mujer con los pies anclados en el suelo pero que es capaz de enseñarnos lo que es volar. 

—Estaba muy gruñona cuando llegué, ¿verdad? Quejándome por las reformas de la casa y por la escuela de mamá y porque el jardín no tenía aire acondicionado y porque me recordaras siempre lo de Grego y porque las fotos del salón hubiesen desaparecido y…
Soy consciente de lo mucho que he cambiado en estos pocos días. Apenas una semana y ya no me reconozco en esa gruñona y recién llegada de la ciudad con ganas de pelea. Esa otra Helena —que ahora se me hace tan antipática— de trajes de sastre y mirada severa, de nulo sentido del humor, con alergia a los cambios e intolerancia a la improvisación; convencida de que no le importaba lo más mínimo a nadie porque no preguntaban por su estúpido vestido de novia.

Y como colofón a una gran historia, un final feliz, de cuento; un final perfecto, con una prosa deliciosa, con una descripción magnífica, con un broche de oro que hace más perfecta si cabe esta perfecta historia. 

No conocía de primera mano a la autora y he de confesar que el haber leído sobre ella siempre críticas tan positivas me impedía leerla libre de prejuicios;  estaba convencida de que en algún sentido me iba a decepcionar, nada más lejos de la realidad. Mónica Gutiérrez es una autora que ha llegado para quedarse entre “mis escritores” de cabecera, porque su prosa es fresca y sus historias son de esas de las que te permiten soñar a través de su trama.
Le agradezco que me haya regalado este trocito de felicidad en muchos días de estío y estoy segura de que me regalará muchos más, porque no voy a perderla de vista.

Mis lágrimas se mezclan con la lluvia y el frescor de las gotas alivia mi frente y mis mejillas encendidas. En el coche, sintonizo una emisora musical cualquiera y conduzco de vuelta a Serralles. Mis pensamientos parecen haberse detenido, por primera vez en mucho tiempo agradezco el silencio de la voz de mi conciencia. «La paz de los justos», diría mi padre si pudiese haberme visto estos días de dudas e indecisiones. «La libertad de hacer lo que te dicta el corazón», me habría repetido Silvia. Quizás me haya equivocado, quizás acabe de cometer un error que va a llevarme directa al desastre. Mi única certeza es que acabo de cambiar de rumbo y ya no voy a la deriva. Estoy en paz.


lunes, 13 de agosto de 2018

Arderás en la tormenta


VERDON, John (2018)
Arderas en la tormenta
Roca Editorial de Libros, Barcelona,  480 p.p.
ISBN: 9788416700721


La tensión ha ido en aumento en White River. El inminente primer aniversario de la muerte de un motorista negro por el disparo de un policía local inquieta a una población económicamente deprimida y racialmente polarizada.

Se han pronunciado discursos incendiarios. Han empezado manifestaciones airadas. Ha habido casos aislados de incendios y saqueos.

En medio de toda esta agitación, un francotirador mata a un agente de policía y la situación se descontrola. El fiscal de distrito del condado acude a Dave Gurney, detective de homicidios retirado del Departamento de Policía de Nueva York, con una extraña propuesta: quiere que Gurney lleve a cabo una investigación independiente del homicidio y que le informe directamente a él.

Pese a tener algunos recelos sobre la singular oferta, Gurney termina por aceptar el encargo. Sus dudas se intensifican todavía más cuando conoce al tremendamente ambicioso jefe de policía local, en cuyos métodos agresivos y posiblemente ilegales podría hallarse el origen de la inquietud de los ciudadanos.

La situación en White River se vuelve realmente tensa cuando se producen más muertes en lo que parece ser una escalada de venganzas. Sin embargo, cuando Gurney se pregunta por la verdadera naturaleza de todo este baño de sangre y se centra en aspectos peculiares de cada uno de los homicidios, el fiscal del distrito le ordena desvincularse de la investigación.

Obsesionado con los indicios que no corroboran la versión oficial de los hechos, Gurney decide actuar por su cuenta. A pesar de la intensa oposición de la policía, así como de peligrosos fanáticos que acechan en las sombras, Gurney empieza a descubrir un asombroso entramado de engaños, entre ellos, lo que podría ser el plan de incriminación más diabólico jamás concebido.

La respuesta a esta tenaz investigación se vuelve cada vez más violenta a medida que Gurney se acerca a la verdad que se oculta tras los crímenes. Al final, cuando logra desenmascarar al monstruo que maneja los hilos, Gurney descubre que en White River nada es lo que parece.



No hay nada que atraiga tanto la atención como las emociones agresivas. Esta desagradable verdad, de hecho, parecía estar arrastrando el discurso político y los programas de noticias directamente al abismo.

Con el conflicto racial y la crítica explicita al sensacionalismo de los medios de comunicación, al mundo virtual,  a la corrupción policial y política… en definitiva a los valores morales imperantes en la sociedad actual,  se establece el telón de fondo de esta novela en la que Verdon desarrolla un nuevo caso, y van 6, del detective Dave Gurney.

Debo reconocer que este ha sido mi primer acercamiento a Gurney y estoy segura de que no será el último. Dave Gurney es un personaje peculiar, inteligente, lógico, sereno… y debo confesar que desde que tuvimos el encuentro con el autor yo no puedo más que imaginarlo con los rasgos, la voz y el temple de John Verdon, aunque estoy segura de que no era esa su intención.

A la mente fría y analítica de Gurney se contrapone la mente emocional de Madeleine, personaje vital de la novela aunque su intervención en la investigación sea tangencial. Madeleine es el descanso del guerrero, la personificación del pepito grillo que todos tenemos en nuestro cerebro, el ancla que anuda a Gurney a una realidad  mucho mas cotidiana y “rural” de lo que al detective le gustaría.

Son dos personajes diametralmente opuestos, pero totalmente complementarios. Gurney ese el protagonista absoluto, no cabe duda, pero sin el aliento de Madeleine, sin su claridad mental, su objetividad y su empatía, este protagonista, en esta historia, no seria lo mismo.

La variedad de la gente con la que Madeleine mantenía amistad nunca dejaba de sorprenderle. Mientras que inicialmente él se fijaba en el lado turbio o estrafalario de las personas, Madeleine se centraba en su bondad, su vivacidad o su creatividad. Mientras que él encontraba algo sospechoso en la mayoría de la gente, ella siempre encontraba algo encantador. Aunque se las arreglaba para hacerlo sin caer en la ingenuidad. De hecho, era muy sensible a la presencia de un peligro real.

Junto a estos dos protagonistas indiscutibles, destaca Hardwich, un policía irónico, malhablado, malencarado e irreverente, que se convierte en el complemento perfecto al temple de Gurney. Ese compañero extraoficial que está dispuesto a seguir a Gurney, aunque no lo vea claro, aunque proteste, aunque no sepas hasta el último momento si se va a embarcar en las “locuras” del detective… aunque siempre acabe haciéndolo, pase lo que pase. En definitiva, un personaje al que no dudarías en confiar tu vida.

Acompañándolos, un conjunto de secundarios necesarios para la trama, entre los cuales encontramos también organizaciones de uno y otro signo, el xenófobo y el defensor de los derechos de las minorías, en este caso de la minoría negra.

Entre los personajes encontramos políticos ambiciosos, policías presuntamente corruptos, periodistas sin escrúpulos, hijos renegados, viudas desconsoladas, ricos aburridos y policías vocacionales que solo encuentran trabas para desarrollar su labor de la forma en la que les gustaría.

Todos estos personajes se mueven en un escenario de conflicto permanente y que va en ascenso a lo largo de la novela, un paisaje que me ha recordado al que hace años el cine nos mostraba en películas como Arde Misisipi o En el calor de la noche, un paisaje de la América profunda, de pequeños reductos rurales en los que existe una violencia latente que acaba por despertar arrasando todo lo que encuentra a su paso, azuzada, en este caso, por el odio generado por los medios de comunicación que irremediablemente toman partido vendiendo morbo y parcialidad y por ese ente anónimo que es internet y que posibilita una falsa impunidad para volcar los odios y frustraciones que seguro no sería tan fácil exponer con nombres y apellidos.

Los medios de comunicación de todas partes se dedicaban continuamente a publicitar y exagerar los problemas, siguiendo un modelo de negocio basado en un venenoso principio: el conflicto vende. Sobre todo los conflictos en torno a la grieta racial. Ese principio tenía un corolario igualmente venenoso: nada genera tanta lealtad como un odio compartido. Era obvio que la RAM y toda su horda de viles imitadores no sentían ningún escrúpulo por alimentar esos odios para generar unas audiencias leales.

La paradoja de Internet: el mayor almacén de conocimientos del mundo se había convertido en un megáfono para los idiotas.

Con estos personajes y estos escenarios, Verdon construye una trama principal, la investigación policial estrictamente, en la que desde el principio algo le chirria a nuestro protagonista, una trama que crea certezas indestructibles que caen como un castillo de naipes en los párrafos siguientes, juega el autor con nuestras certezas de forma continua y cuando creemos tenerlo todo atado, cuando tenemos en las manos la última pieza que nos hará ver el paisaje completo, esa pieza nos revienta en las manos haciendo saltar por los aires esa realidad que no es tal…

A esta trama central que se cierra con un final magnifico, se superponen dos tramas más, la de la vida del matrimonio y unos restos arqueológicos que el protagonista descubre en su propiedad y cuyos orígenes Gurney desea conocer, involucrando en este objetivo al forense del caso principal.

Ambas tramas quedan abiertas en la novela, por lo que no se puede descartar que aparezcan en una nueva entrega de nuestro detective.

Es una novela que a pesar de su extensión no se alarga en la lectura, pues la trama, la propia redacción de la historia y la disposición de las distintas tramas hacen rauda y muy amena la lectura.

Y junto a la trama, a los personajes, a la dinámica de la historia y a la descripción de los paisajes encontramos una serie de reflexiones que aumentan el atractivo de la historia y la llevan a un nivel superior de la novela negra.

Mientras le daba vueltas al asunto, captó un movimiento en el cielo, por encima de los arboles. Un halcón de cola roja volaba en círculos sobre la linde del campo, sin duda buscando algún pájaro o roedor para atraparlo entre sus garras, hacerlo pedazos y devorarlo. La naturaleza, concluyo por enésima vez, pese a su dulzura, sus florecillas y sus gorjeos, era básicamente un espectáculo de horror.

Una novela fascinante que me ha presentado a un personaje al que seguro seguiré de cerca, porque en mi caso, Gurney ha llegado para quedarse.  
Y un punto más que destacable de esta novela, conseguir que las piezas encajen y se desencajen continuamente y que las certezas y las mentiras tengan en ambos casos el mismo grado de veracidad.

Cuando los investigadores buscaban los móviles de un asesinato, solían decantarse por uno de los cuatro principales: codicia, poder, lujuria, envía. Uno de ellos, o más de uno, estaba casi siempre presente. Pero había un quinto móvil que Gurney había llegado a la conclusión de que era el más poderoso de todos. El odio. El odio puro, rabioso, monomaniaco.
Esa era la fuerza oculta que intuía que impulsaba toda esta muerte y destrucción.


miércoles, 1 de agosto de 2018

Asesinos de Series


SANCHEZ, Roberto (2018)
Asesinos de Series
Roca Editorial, Barcelona, 319 pp.
ISBN: 978-84-17092-89-4


'Asesinos de Series' es el nombre del blog de tres jóvenes (Andrés, Marta y Rubén) que viven juntos en Madrid. Adictos a las series, sueñan con crear su gran éxito internacional: una serie de referencia como podría ser Lost.

Andrés se gana la vida escribiendo textos para agencias de publicidad y prospectos de farmacia. Marta es maquilladora en culebrones. Rubén es taxista y, en las largas esperas en el aeropuerto o estaciones, devora todas las series posibles.

Un día, reciben la llamada de una productora de televisión para entrevistarles. En realidad les recibe un subinspector de policía, Héctor Salaberri. El motivo: se están cometiendo unos asesinatos que tienen algo en común: están inspirados en series de televisión. La policía quiere que les ayuden a encontrar nuevas pistas que puedan aparecer en otros casos y, a la vez, ir dibujando el perfil del asesino. 


Si una persona se deja caer, lo hace sin impulso. Así se matan, abandonándose hasta en este último gesto, sin fuerzas. Y van cayendo, a cámara lenta.

Si digo que esta es la novela negra más original que he leído, y he leído muchas; seguro que pensáis que es un tópico, pero si seguís leyendo un poco más,  veréis que tengo motivos,  más que sobrados para hacer esta afirmación. 

Partimos de un argumento nada manido en el que uno o varios asesinos emulan en sus crímenes series de televisión, todo ello aderezado con una crítica más que explícita a la sociedad actual, en la que transcurre la novela.

Una crítica a la redes sociales, a internet y sus usos o sus “malos usos”,  a los medios de comunicación que tan bien conoce y a aquellos que sin ningún tipo de escrúpulo los utilizan para tener su minuto de gloria, a los malos tratos, a la farsa de la conciliación familiar… en definitiva a todo aquello con lo que nuestro primer mundo nos obliga a lidiar.

La novela se mueve entre lo policiaco y lo negro, conjurando de forma magistral dos realidades que a priori tienen poco en común, porque,  a ver  ¿cómo encajan tres milenials  con un trío policial? ¿Complicado no?, pues Roberto consigue que parezca lo más normal del mundo.

Esos personajes, que son diametralmente opuestos entre sí, son definidos de forma precisa a lo largo de la trama, destacando esa característica que les hace únicos y que consigue que se complementen, que se ensamblen como ruedas dentadas que confiere una dinámica y una calidad soberbia a la historia.

La ambivalencia de Marta, esa introversión manifiesta, esa desconfianza ante sus compañeros, que descubriremos no es gratuita.

Rubén, que ha cruzado la línea de los amigos para no poder, a su pesar, pasar a ser algo más.

Andrés, el sarcástico, el personaje que pone el punto de humor a la novela, aunque ese humor sea en muchas ocasiones un “humor negro” que yo personalmente adoro.

Isabel Velasco, el prototipo de la profesional triunfadora, esa Jefa que ha tenido que renunciar a todo lo que sus jefes no deben renunciar para estar en su misma posición, que debe simular, que debe controlar sus reacciones y sus palabras, que debe pensar en cada momento el siguiente paso para no perder autoridad, para seguir ganándose el respeto de sus compañeros.

Esa mujer que en lo personal no solamente no ha triunfado, sino que se siente fracasada, que ha sufrido situaciones que, a priori y dado su status social y  profesional serían impensables, pero que es humana, como pagina tras pagina, el autor se empeña en demostrar.

Ella, para dedicarse en cuerpo y alma a lo que era y sentarse en el despacho donde calentaba la silla en ese momento, había renunciado a todo el lote. No fue nunca una decisión consciente. No llega un momento de videojuego en el que has de optar por una pantalla u otra, sino que las cosas vienen rodadas o torcidas, sin anuncios previos sobre cuándo van a decidirse ni sobre sus consecuencias.

Benítez, el eterno segundón, el policía de a pié, curtido en mil batallas y con un pasado que mas podría pertenecer al lado opuesto de la ley.
El suspicaz, mordaz, irreverente, malhablado, el que roza siempre la línea de lo “legal”; el complemento perfecto de Velasco que le tiene en mas alta estima de lo que el es capaz de percibir.
Un hombre centrado en su trabajo porque su vida personal se ha desmoronado como un castillo de naipes y “coger a los malos”, cueste lo que cueste es el único asidero que le queda para no venirse abajo.

Cabeceaba mirando al suelo, como un niño al que le están regañando. O como hacen los bravucones a la hora de la verdad, cuando tienen que encarar las cosas y no se pueden amparar en su pose

Y Salaberri, el vínculo entre dos mundos, entre la vida cotidiana de los blogueros con los que está obligado a convivir y la investigación policial a la que le obliga su profesión.
Un personaje casi hermético, del que poco conocemos más allá de su presente en esa casa.

Y todos estos personajes se mueven por las calles de Madrid, llevándonos de la mano por lugares tan magnífica y nítidamente descritos que parece que estuvieras inmerso en una de esas series de televisión que aparecen en la novela.
Paseamos por la Gran Vía, por las calles de Lavapiés, por el aeropuerto y los polígonos industriales de las afueras, nos pasea por carreteras de circunvalación y por paisajes ocres y nos deja en medio de un laberinto arbóreo construido con palabras en uno de los parques más bellos y desconocidos de Madrid, El Capricho, ese lugar que, a partir de esta novela está en lo más alto de mi lista de “lugares por conocer”.

Y todos esos paisajes por los que transitan los protagonistas nos los presenta el autor como si de una serie se tratara. El libro se estructura en capítulos  que son los capítulos de una temporada de una serie de televisión y dentro de cada capítulo se desarrolla la trama que se convierte en escenas totalmente visuales, de modo que cuando estás leyendo la novela eres capaz de ver la escena.

La trama, que como en toda buena novela de este género, es dinámica, está escrita con un lenguaje claro y conciso pero tremendamente cuidado y con párrafos para enmarcar, porque esta novela no habla solo de crímenes, sino que nos lleva a reflexionar sobre otras muchas cuestiones, que en nuestra vida diaria no nos paramos a analizar, es una novela, que está totalmente anclada a la realidad y  la actualidad.

Ella creía en la tesis de que nos exponemos a ciertos hechos con una predisposición programada en función de las órdenes inconscientes que le demos al cerebro, dependiendo de cómo nos hayamos vestido emocionalmente para la ocasión. No es la muerte la que nos sobrecoge, sino lo que nosotros pensemos sobre lo que implica la muerte
                                                                                   
Pero también se sabe que un mismo día se han denunciado las ausencias de dos chicas y el nombre de una de ellas puede seguir en el imaginario colectivo durante mucho tiempo, mientras que la otra es una autentica desconocida porque su identidad y su imagen fueron devoradas por el olvido.

Durante toda la novela Roberto juega al despiste, incluyendo subtramas que parecen no encajar, pero que descubrimos que tienen su razón de ser, va eliminando una a una nuestras certezas para plantearnos una nueva pregunta a la que no tenemos respuesta y llega a un final imposible de predecir, un final atípico que es el que debe ser, que no desentona con el resto de la trama, sino que consigue cuadrar el círculo y que resulta tan fascinante  como lo es toda la novela.

El titulo, por supuesto, también tiene una razón de ser y es que las series son el hilo conductor de la novela y son tantas las que nombra el autor y es tan preciso en su argumento que te dan ganas de ir haciendo una lista para poder verlas todas.

Es una novela redonda, de esas que quieres acabar y no quieres que acabe, de esas que te duran dos días, porque eres incapaz de despegar los ojos de las páginas, de las que se disfrutan, de las que al leer la última línea dejan un gran sabor de boca.

Una novela que fascinará a los amantes de la novela negra y enganchará si duda a los que se acerquen por primera vez a este tipo de novelas, una novela de la que espero haya pronto "nueva temporada" y un autor al que seguir de cerca.