GUTIERREZ,
Monica (2018)
Todos
los veranos del mundo
Roca
Editorial, Barcelona, 320 pp
ISBN: 9788417092924
Helena,
decidida a casarse en Serralles, el pueblo de todos sus veranos de infancia,
regresa a la casa de sus padres para preparar la boda y reencontrarse con sus
hermanos y sobrinos. Un lugar sin sorpresas, hasta que Helena tropieza con
Marc, un buen amigo al que había perdido de vista durante muchos años, y la
vida en el pueblo deja de ser tranquila.
Quizás
sea el momento de refugiarse en la nueva librería con un té y galletas, o
acostumbrarse a los excéntricos alumnos de su madre y a las terribles
ausencias. Quizá sea tiempo de respuestas, de cambios y vendimia. Tiempo de
dejar atrás todo lastre y aprender al fin a salir volando.
Tengo la sensación
de que algo ha cambiado, tan imperceptiblemente como el diminuto granito de
arena heraldo de un derrumbe mucho mayor. Pensé que no quería volver a
Serralles porque los recuerdos me pesarían tanto en los bolsillos que no podría
echar a volar con los primeros soplos de la tramontana. Y sin embargo —sin
embargo— allí estaba, más despierta que en mucho tiempo, lidiando con algunas
verdades, desvelando las trampas de mi memoria.
La
novela ante la que nos encontramos es una de esas novelas que se pueden describir
con un solo adjetivo BONITA.
Es una
historia bonita, escrita con una prosa cuidada y perfecta, con un final bonito
y con una trama deliciosa, pero es mucho más.
Es una
novela que nos hace reflexionar sobre lo que ocurre cuando en el momento y el
lugar donde va a ser comienzo tu futuro el pasado te alcanza y te voltea como
una ola, te zarandea los esquemas y arrasa con los convencionalismos que han
regido toda una vida. Lo que ocurre cuando dejas de hacer lo que se supone que
debes hacer y empiezas a hacer solamente lo que deseas, cuando dejas que por
fin sea tu corazón quien rija tu destino, desbancando la supremacía de la
razón.
Está convencido de que te quiere. Pero no te quiere por cómo
eres detrás de esa cara de póquer, porque ni siquiera sospecha que detrás de
esos moños y esos trajes tan serios, de ese cerebrito brillante, haya otra
persona, sensible y original. Creo que está enamorado de la idea que tiene de
ti, de lo que es capaz de ver de ti.
—¿Y si supiera cómo soy… saldría despavorido?
—Helena, Jofre quiere casarse contigo por tu temple, por tu
fachada perfecta, porque sabe que jamás te pondrás a bailar la danza de la
lluvia encima de una mesa cuando cierres un buen trato en los juzgados o cuando
ganes un pleito.
Sabe que siempre harás lo correcto, que siempre serás
imperturbablemente perfecta.
Claro
que tiene una historia de amor, es vital y necesaria para construir la
trama, pero yo no diría
que es una novela romántica, ni que es una novela
#feelgood. Hay momentos, muchos, lo confieso, en los que me superan las
etiquetas, por que se quedan cortas y porque está novela es mucho más. Porque
habla de los sueños que tenemos y olvidamos, habla de la búsqueda de nosotros
mismos y habla del amor, si, pero no sólo del romántico, habla de amor fraterno y del fraternal, habla
del amor a los amigos y habla de la
solidaridad y el cariño construido a través de los vivencias... habla de la
vida y de como a veces no encontramos el camino, sino que este aparece a
nuestros pies como esa sucesión de baldosas amarillas o como esa estela que seguimos
en el cielo para volar al país de nunca jamás.
—En eso le doy la razón, mi verano está resultando
extrañamente… revelador.
—¿Qué ha descubierto?
—Que no importa lo lejos que corras a esconderte, la vida
acaba por encontrarte. Y que pensaba que al venir aquí iba a casarme con la
única persona a la que amaba. Pero me he encontrado con un puñado de personas a
las que verdaderamente amo y con las que no voy a casarme.
—Ah, sus planes… Alguien le ha desbaratado sus planes.
—Puedo empeñarme en no escuchar y seguir adelante con ellos.
—¿Es eso lo que le dice su conciencia?
—No, los abogados tampoco tenemos de eso.
—Pero usted no es abogado.
—Ya no.
—No, no me entiende.
Usted no es abogado cuando entra aquí, en La biblioteca voladora.
Mónica
nos regala unas descripciones tan minuciosas y certeras de los paisajes, que tan pronto sientes
que corres bajo el sol de Agosto por las calles empedradas de un pueblo del
Pirineo, como notas la sensación de la arena fresca en los pies o hueles las
uvas y sientes el sabor del tomaco en el paladar.
Y si
estos paisajes los recorres en cada página no haces menos con los
protagonistas, la autora es una verdadera maestra consiguiendo que seamos
capaces de internarnos en el cerebro y el corazón de cada uno de los
personajes. Es tan emocional y tan vivida la personalidad de cada uno de los
personajes que sentimos la ternura de Marc, la frialdad del Juez Dred, la ira
de Silvia, el secreto que se esconde tras la ironia de Xavier, la infinita
tristeza de una mujer que levanta una muralla que le impide mostrar al mundo el
amor inmenso por sus hijos o la infinita tristeza de la pérdida irreparable,
nos permite conocer a un librero excéntrico que me ha regalado momentos mágicos
con su excentricidad y su forma de ver la vida a través de un te negro con una
nube de leche y sobretodo nos permite
meternos en la piel de Helena, esa mujer que se va quitando corazas a lo largo
de las páginas, esa mujer con los pies anclados en el suelo pero que es capaz
de enseñarnos lo que es volar.
—Estaba muy gruñona cuando llegué, ¿verdad? Quejándome por las
reformas de la casa y por la escuela de mamá y porque el jardín no tenía aire acondicionado
y porque me recordaras siempre lo de Grego y porque las fotos del salón
hubiesen desaparecido y…
Soy consciente de lo
mucho que he cambiado en estos pocos días. Apenas una semana y ya no me
reconozco en esa gruñona y recién llegada de la ciudad con ganas de pelea. Esa
otra Helena —que ahora se me hace tan antipática— de trajes de sastre y mirada
severa, de nulo sentido del humor, con alergia a los cambios e intolerancia a
la improvisación; convencida de que no le importaba lo más mínimo a nadie
porque no preguntaban por su estúpido vestido de novia.
Y como
colofón a una gran historia, un final feliz, de cuento; un final perfecto, con
una prosa deliciosa, con una descripción magnífica, con un broche de oro que
hace más perfecta si cabe esta perfecta historia.
No conocía
de primera mano a la autora y he de confesar que el haber leído sobre ella
siempre críticas tan positivas me impedía leerla libre de prejuicios; estaba convencida de que en algún sentido me
iba a decepcionar, nada más lejos de la realidad. Mónica Gutiérrez es una
autora que ha llegado para quedarse entre “mis escritores” de cabecera, porque
su prosa es fresca y sus historias son de esas de las que te permiten soñar a través
de su trama.
Le
agradezco que me haya regalado este trocito de felicidad en muchos días de
estío y estoy segura de que me regalará muchos más, porque no voy a perderla de
vista.
Mis lágrimas se
mezclan con la lluvia y el frescor de las gotas alivia mi frente y mis mejillas
encendidas. En el coche, sintonizo una emisora musical cualquiera y conduzco de
vuelta a Serralles. Mis pensamientos parecen haberse detenido, por primera vez
en mucho tiempo agradezco el silencio de la voz de mi conciencia. «La paz de
los justos», diría mi padre si pudiese haberme visto estos días de dudas e
indecisiones. «La libertad de hacer lo que te dicta el corazón», me habría
repetido Silvia. Quizás me haya equivocado, quizás acabe de cometer un error
que va a llevarme directa al desastre. Mi única certeza es que acabo de cambiar
de rumbo y ya no voy a la deriva. Estoy en paz.