SANCHEZ
VICENTE, Pilar (2018)
Mujeres
Errantes
Barcelona,
Roca Editorial, 367 p.p.
ISBN: 978-84-17092-39-9
Greta Meier, famosa
escritora suiza afincada en Londres, retorna a su tierra natal en un último
intento por detener la deriva de sus días. Sorprendida por la inesperada
enfermedad de su progenitora, decide compensar sus prolongadas ausencias y
aparcar los reiterados enfrentamientos, permaneciendo a su lado hasta el fatal
desenlace.
Sin embargo, sus últimas
palabras siembran una duda demoledora, dejando entrever en el último suspiro el
gran secreto de la vida de Greta: ¿Quién era la mujer muerta, si no es su
madre? Con la única compañía de sus cenizas, la autora emprende un viaje al
pasado en busca de su propia identidad.
Siguiendo el único hilo
disponible, localiza un punto en la costa norte de España y hacía allí se
dirige. Pronto atisbará que la vieja rivalidad entre la Tiesa y la Chata, dos
pescaderas ambulantes, esconde la clave de su origen, pero las preguntas se
acumulan sin respuestas. Y el tiempo se acaba.
Mujeres
errantes es uno de los libros más
bonitos que he leído en los últimos años y es bonito aunque no narre una
historia feliz, aunque sus personajes no sean precisamente hombres y mujeres
felices ni centrados, especialmente.
Es
bonito porque es un libro escrito con una sensibilidad y una maestría que hace
tiempo no encontraba en una historia, es
bonito porque es una historia perfectamente tejida, porque se desarrolla en unos
paisajes tan maravillosamente descritos que parece que estuvieras en ellos
continuamente, porque tiene una, o mejor dicho, unas tramas maravillosas y sus
personajes, los principales y los secundarios, son de los que se te quedan
dentro.
Es uno
de esos libros que narra magistralmente la realidad, una realidad ajena y
desconocida, una realidad dura y cruel, tan alejada de nuestra vida “acomodada”
y que sin embargo, al pasar la ultima
pagina, he sentido como propia.
Una trama cuyo epicentro se sitúa
en Cimavilla, barrio pesquero de Gijón, pero cuyas ondas expansivas nos pasean
por Zermat, Londres, Berlín, Santorini y Nicaragua. Con unas descripciones tan
precisas y cuidadas que nos parece estar paseando por esas calles con nuestro
cajón de pescado en la cabeza, por esos paisajes de postal, por esos barrios
marginales y esos bares de moda de los 80.
Esos puntos neurálgicos por
los que la Chata y Greta nos llevan de la mano con sus recuerdos y que son
vitales para entender su evolución, sus luces y sus sombras, su pasado y
sobretodo su presente.
La Chata, es un personaje peculiar y único, una mujer con una vida durísima, una mujer que se te queda dentro, un personaje capaz, con sus refranes, su personalidad y su “playu”, de sacarte una sonrisa aun en medio de la narración más escabrosa.
Una mujer que desgrana su
vida en cada palabra, una vida mísera y desesperanzadora de la que sin
embargo no abjura, narrándola sin victimismos ni sentimentalismos innecesarios.
La Chata es la SUPERVIVIENTE por excelencia, esa que, como tantas mujeres antes
y después de ella han vivido como han podido, bandeando los golpes que la vida
les iba dando por la derecha y por la izquierda, esas que no conocen el significado
de la palabra miedo, porque nunca han tenido ni el tiempo ni la oportunidad de temer,
sólo de seguir adelante, aunque eso suponga vivir una guerra y tener que
exiliarse siendo un niño a un país extraño, aunque eso signifique con unos años
más dejar atrás familia y patria en busca de una oportunidad trabajando, de
nuevo, en un país extraño, aunque signifique perder los bienes y la ilusión en
amores que no son tales...
La Chata es un personaje
tan, tan grande, que era difícil que existiera en la novela otro que pudiera
darle la réplica. Y ahí está Greta, esa otra superviviente, de otro tiempo, con
otras aspiraciones, con muchísimas más oportunidades de tener una vida plena,
regalada, feliz... pero los seres humanos somos inconformistas y Greta lo es.
A través de Greta, Pilar es
capaz de describir fielmente las mieles del éxito y también sus hieles.
Estremece
la descripción que la autora hace de la bajada a los infiernos de Greta, de esa caída en la que se acaba tocando fondo
y consigue, sin imágenes morbosas, sin una sola coma de más, que vivamos la
desesperación y la euforia, la flaqueza y la fortaleza del personaje y esa huida hacia delante que ha marcado desde
la infancia la vida de la protagonista.
Y la
Tiesa, ese tercer vértice necesario para el triangulo perfecto, esa mujer que
vive para que su hija tenga todo lo que ella no pudo tener, cuyo único afán es
conseguirle las mejores oportunidades aún a riesgo, en algunos momentos, de
perder el cariño de Greta. Esa mujer que, de forma diametralmente opuesta a la
Chata, reniega de sus orígenes, de su pasado, para poder partir de cero, para
poder labrarse un futuro en una tierra
que no es la suya, que aun siendo también hostil puede proporcionarles a
ella y a Greta lo que España nunca podría darle.
Genara alimentó los
sueños de su hija con la ilusión propia de cualquier madre conocedora de que
existen mundos mejores y todos están dentro de este. Pero si los alcanzas, lo
difícil es mantenerse en ello.
Y Guillermo, ese gran protagonista varón,
entre tanta mujer errante, ese hombre errante a través de cuyas cartas
descubrimos el lado más amargo de la Revolución Nicaragüense, esas cartas en
las que descubrimos un país y unas costumbres muy alejadas de nuestro
entendimiento y en las que la autora rinde un merecido homenaje a un personaje histórico
fascinante, Gaspar García Laviana, sacerdote y poeta que se convirtió en
guerrillero para luchar y morir junto a los sandinistas, en su afán por acabar
con las desigualdades, la corrupción y la injusticia del régimen Somocista.
He de decir que el resto de personajes masculinos, no son
precisamente de los que te gustaría tener como amigos, pero son personajes que
encontramos, desgraciadamente a lo largo de nuestra vida, manipuladores,
violentos, controladores….
Lo cierto es que en esta novela, todos los personajes son
vitales, todos tienen su razón de ser y todos y cada uno de ellos son
necesarios para la evolución de la historia.
Como ya conté en la crónica del encuentro con la autora,
ésta es una novela de supervivientes, de sentimientos contrapuestos, de la
generosidad total y del egoísmo más extremo, de vidas duras, de vidas reales, de
esa vida que cada uno construimos en función de las circunstancias que nos toca
vivir.
Y es una historia de homenajes, a los inmigrantes, a esa
generación perdida que la droga nos robó en los 80, un homenaje a esas mujeres
que “cargaban” con toda la familia, con los hijos, con los padres y los abuelos,
porque era lo que tocaba, que vivían en medio de la violencia que genera la
miseria y que viven como algo normal, llegando incluso a dulcificarlo en su
memoria.
Es un homenaje al valor de nuestros mayores, de sus
recuerdos y vivencias y es sobre todo un homenaje a las mujeres, a todas las
mujeres que son capaces de vivir y sobrevivir a pesar de todos los pesares.
Es una historia, en definitiva, que no deberíais dejar
pasar, porque a pesar de su crudeza, cuando acabas la lectura queda abierta la
puerta a la esperanza.
Disfrute de la
existencia sin conciencia de ser una privilegiada y sólo aquí me he dado cuenta
de la dimensión relativa de los bienes materiales y el inútil vacio de los
discursos solidarios si no son llevados a la práctica.