Fellowes,
Jessica (2018)
Los
crímenes de Mitford
Roca
Editorial, Barcelona, 400 pp
ISBN: 9788417167813
Seis
hermanas. Toda una vida de misterio. Una familia incomparable.
Estamos en 1919,
y Louisa Cannon sueña con escapar de su vida de pobreza en Londres y, sobre
todo, de su peligroso y opresivo tío.
La única
salvación para Louisa es una posición dentro de la casa de los Mitford en
Asthall Manor, en el campo de Oxfordshire. Allí se convertirá en institutriz,
acompañante y confidente de las hermanas Mitford, especialmente de Nancy, de
dieciséis años, una chica joven y mordaz, fantasiosa e imaginativa.
Sin embargo, una
enfermera de nombre Florence Nightingale Shore, será asesinada en un tren a
plena luz del día, y Louisa y Nancy se encontrarán envueltas en los crímenes de
un asesino que hará cualquier cosa para ocultar su secreto.
Florence se quedó sentada, sin acusar la presencia de su compañero de
viaje, con un periódico en el regazo y las lentes para leer apoyadas en la
punta de la nariz. Mabel salió del compartimento, cerró la puerta tras de sí y
se quedó mirando en el andén, No pasó mucho tiempo hasta que el guarda hizo
sonar el último pitido de su silbato. El tren se puso en marcha, muy despacio
al principio, para ir cobrando impulso poco a poco hasta alcanzar la velocidad
máxima al llegar al primer túnel. Aquella sería la última vez que se vería a
Florence Nightingale Shore con vida.
Partiendo de un hecho real, el violento asesinato
de Florence Nightingale Shore en un tren con origen en Londres y de unos personajes
también tomados de la realidad, las hermanas Mitford, Jessica Fellowes
estructura una novela al más puro estilo de las novelas de misterio británicas,
de las que, en mi opinión, el máximo exponente es Agatha Christie, a quien he
recordado a lo largo de cada una de las páginas de esta historia.
La autora consigue, con sus descripciones recrear perfectamente el Londres de
entreguerras, con sus luces y sus sombras,
con la vida en los bajos fondos y
en las altas esferas de la nobleza y todo ello, ambas caras, narradas
con igual mimo y detalle.
Y construye, con estos ingredientes una novela de
misterio, pero también una novela costumbrista perfectamente documentada.
Y a pesar de todo esto o más bien, debido a todo
esto, nos encontramos con una historia que trasciende el misterio y el
costumbrismo y se convierte en un tratado social que nos ofrece una radiografía
fiel de la brecha entre géneros y clases en la Inglaterra de los años 20.
-Si, pero las mujeres no cobran tanto
estipendio como los hombres, ¿sabes? No tienen personas a su cargo ni hijos. No
es más que un poco de dinero para sus gastos personales.
Estas diferencias son patentes a lo largo de toda
la trama, sobretodo en la contraposición de los dos personajes principales:
Nancy, la mayor de las hermanas Mitford cuya personalidad y determinación la erigen como
protagonista absoluta de esta primera
novela de la serie.
Una mujer inteligente y perspicaz que lucha por ganar
terreno a su independencia en un mundo, en una sociedad en la que el papel de
la mujer, sobre todo en las clases altas estaba acotado a ser buena esposa y
buena madre.
Una mujer que
lucha por su libertad, pero que también sueña, contradictoriamente, con
encontrar en los bailes de sociedad un hombre al que ligar su futuro tal como
mandan los cánones de la época, en los que la mujer valía lo que valía su
marido.
Nancy y su curiosidad son el origen de la trama
central de la novela, el deseo de desvelar la identidad del asesino de
Florence.
Louise, la niñera que llega para hacerse cargo de las hermanas, escapando
de la miseria que el trabajo de criada y
lavandera de su madre, no le permite dejar atrás y huyendo de la obligación de
plegarse a los deseos de quien solo
desea utilizarla para poder ganar unas monedas sea al precio que sea.
Louise es una mujer luchadora y honrada. Una mujer
que se abre camino por sí misma a través de su esfuerzo. Una mujer orgullosa a
pesar de sus humildes orígenes; una mujer inteligente que sabe cuál es su lugar
y se esfuerza por mantenerlo.
Yo prefiero
quedarme de pie- contesto Louisa. Un criado nunca se sentaba delante de sus
amos.
Y
la simbiosis de estas dos mujeres a lo largo de la trama es fundamental para
llegar a la verdad, una simbiosis que se basa en la inteligencia y, a veces, en
espejismos de igualdad entre sus estatus.
Ambas muchachas habían comenzado a forjar una amistad tentativa,
que se basaba en su sexo y en su edad, pero que se veía obstruida por el hecho
de que Louisa era una sirvienta, mientras que Nancy, sin ser aun una señora, se
encontraba sin duda mucho más cerca de serlo.
Junto a estas dos mujeres dos protagonistas
masculinos que les dan la réplica tanto en sus pesquisas como en su devenir
emocional.
Guy, ese “policía de tren”, atosigado por la
culpa de no haber sido apto de luchar en una guerra en las que sus hermanos
podrían alcanzar una fama que a él se le niega.
Un hombre, como Louise, hecho a sí mismo, un hombre deseoso de
demostrar su valía en el papel que le ha tocado desempeñar aún a riesgo de
hacerlo rozando los límites de lo establecido.
Roland, ese muchacho por quien Nancy bebe los
vientos después de que la salvara, en un baile al que acude de forma
clandestina, de las garras de un crápula.
Ese hombre que representa los valores del Caballero
Ingles, pero que a lo largo de las páginas se va convirtiendo ante nuestros
ojos en coprotagonista del misterio que envuelve la vida y la muerte de la
enfermera Shore.
Y esta novela no sería lo mismo si no
existiera el personaje opuesto a la honradez. Si no existiera un personaje
dispuesto a los actos más abyectos con tal de sobrevivir, un personaje que
vemos reflejado en el tío Stephen. Un personaje al que se toma ojeriza desde la
primera pagina, pero que es, siendo un personaje imaginario, uno de los más
reales de la novela, reflejando la miseria y la amoralidad de los pobres
suburbios Londinenses.
Acompañan a estos protagonistas una cohorte de
secundarios maravillosos que componen un maravilloso conjunto coral que nos
ofrece una imagen completa de la sociedad y de la época en la que nos movemos.
Pero hay dos aspectos más que junto a todo lo
dicho han hecho que leer esta historia haya sido una magnífica experiencia.
El protagonismo del ferrocarril, de ese
ferrocarril que para mí siempre tuvo un halo inquietante (desde que leí
Asesinato en el Orient Expres) y que en esta novela se convierte en nexo de
unión entre trama y protagonistas.
En este ferrocarril he viajado con las
protagonistas, he sorteado viajeros en la Estación Victoria, he tomado té en
las frías cantinas de los apeaderos…
Y el ultimo apunte, aunque no por ello menos
importante, el fiel reflejo de la guerra y sus efectos que la autora nos
acerca, en primer lugar a través de las cartas de Florence a su amante, en las
que narra la situación de los heridos y la trascendental labor de las
enfermeras para paliar las secuelas físicas
y mentales que las batallas producían en los soldados, a veces poco más
que niños. Una labor que nunca será lo suficientemente reconocida y a la que la
autora rinde un pequeño homenaje.
Y en segundo lugar a través de ese paisaje,
casi desolado, de los bailes de sociedad, en los que apenas quedan hombres y
los que quedan lo hacen bien por no ser aptos para la lucha, bien por haber
vuelto de ella hechos pedazos que es difícil recomponer.
Ha sido una lectura que he disfrutado de
principio a fin, una historia tan bien desarrollada y con un final tan
sorprendente y a la vez tan coherente, que bien podría haber sido la solución
al asesinato de Florence Nightingale Shore.
El enemigo suele estar más cerca de lo que pensamos.