BARCELÓ, Elia (2019)
El eco de la piel
Roca Editorial, Barcelona, 542 pp
Edición no venal
Cuando a Sandra
Valdés, joven historiadora en paro, le encargan que escriba la biografía de
Ofelia Arráez —la gran empresaria y constructora, referente obligado en el
mundo de la moda del calzado femenino—, ella acepta el reto sin imaginar los
secretos que se ocultan en los noventa años de esa mujer contradictoria y
poderosa, sin saber que lo que va a descubrir cambiará también su vida.
Como es
habitual en las novelas realistas de Elia Barceló, la historia se articula en
dos tiempos:
En el presente,
Sandra, atraída por una oferta que le dará suficiente dinero como para
replantearse su futuro y abandonar la precariedad de su trabajo en una cadena
de ropa en Madrid, decide volver durante un tiempo al pueblo de su infancia a
redactar la biografía que le ha encargado don Luis, hijo de la famosa Ofelia,
para lo cual tendrá que investigar y entrevistar a personas que la conocieron.
Cada una de
ellas muestra una verdad parcial sobre Ofelia; cada documento encontrado
-fotos, cartas, cintas, noticias- va descubriendo a una mujer distinta, va
creando un personaje contradictorio, a veces incomprensible, otras veces
convencional, otras potencialmente oscuro y peligroso. El pasado está lleno de
secretos, de malentendidos, de versiones que no casan entre sí.
Pero también
sucede con el presente, porque los seres humanos somos fuente de misterio,
ocultamos cosas, callamos, tergiversamos. En su propio pueblo, Sandra irá
descubriendo que nada es lo que parece, que la vida está llena de sorpresas y
no todas son agradables. Uno es tanto lo que es como lo que parece, lo que
elige mostrar al exterior, y cada uno de nosotros va descartando pieles a lo
largo de su vida, como las serpientes, y va dejando ecos de sí mismo en todos
los que alguna vez lo conocieron.
Cuando una vida se acaba, lo que queda
es el recuerdo en la mente de los que sobreviven al difunto, un recuerdo hecho
de palabras; palabras ajenas, impuestas sobre la vida de quien se ha ido. No
permanece lo que a uno le habría gustado que quedara de su paso por la tierra, sino lo que los demás dicen de
él o de ella, lo que han seleccionado de ochenta o noventa o cien años de vida.
Y ni siquiera ha sido una selección pensada y ponderada, sino la inercia de las
frases repetidas, de las anécdotas más intrascendentes, de lo banal.
Elia maneja los secretos como nadie, dosifica los
datos de forma magistral a lo largo de las más de quinientas páginas que
conforman “El eco de la piel”, para que podamos, junto a la protagonista,
elucubrar, imaginar, hilvanar la historia que se esconde detrás de Ofelia, esa
mujer de éxito, esa mujer que no encaja en los cánones de su tiempo, la
empresaria de éxito, la mujer generosa y solidaria, la especuladora… cada una
de las Ofelias que es en la memoria de cada uno de quienes la conocieron.
Y si en esta historia se controlan los secretos, la
autora no controla menos los tiempos, una novela en la que conviven presente y
pasado, una novela que se extiende desde principios del siglo veinte hasta el
año 2030, una historia que conocemos desde distintas posiciones, como
espectadores, con esa narración en tercera persona que nos da una visión
objetiva de la historia, o como casi protagonistas, con esa parte que Sandra
nos cuenta en primera persona y que nos permite meternos en su piel, pensar lo
que piensa, sentir sus dudas, pensar sus pensamientos….
La autora nos presenta una novela llena de
historias que se superponen, una historia en la que como en las cebollas, hemos
de ir descubriendo capa a capa para llegar al centro, al lugar donde se esconde
la esencia.
Pero si yo me quedo con alguna de esas Ofelias es
con la que se siente responsable, con la que necesita expiar la culpa, la que
necesita purgar un pecado que para mí no es tal, sino que representa el mayor
sacrificio que se puede hacer por amor.
El eco de la piel es un libro de personajes,
fuertes y débiles, conocidos y desconocidos, valientes y cobardes…. Seres
humanos al fin y al cabo.
Como bien sabes,
la historia es lo que uno cuenta, lo que uno quiere que sea.
Elia nos presenta a dos mujeres y a varios
hombres en dos épocas distintas, en dos viajes vitales en tiempos y
circunstancias diferentes.
Dos mujeres, acompañadas por otras mujeres y por
varios hombres, que, como es propio de Elia se alejan de los clichés, de los
arquetipos y nos muestran lo mejor y lo peor del ser humano, la propia realidad,
eso sí, concentrada en grandes dosis que a veces cuesta digerir. Porque son
personajes duros y maltratados, personajes que llevan a sus espaldas pesos
infinitos con los que no tienen más remedio que cargar y seguir adelante,
personajes a los que a veces me ha costado entender desde mi espacio y mi
tiempo, una vida alejada de la guerra y la posguerra, alejada de la perdida de
la madre y del pavoroso terror frente a un padre extremista crecido por sentirse
vencedor de la contienda.
Una vida alejada de la de Ofelia, esa joven viuda,
obligada a sacar adelante sola y por sus propios medios un hijo y una empresa en
un mundo plagado de machos alfa.
Si hubiera vivido todo eso, tal vez habría podido
sentir el eco de la piel de Ofelia, porque todo, absolutamente todo en esta
vida, lo que somos, e incluso, lo que dejamos de ser, es consecuencia de
nuestra experiencia vital, de las circunstancias que se nos imponen y de las
personas que encontramos o desaparecen de nuestro camino.
Pero mi vida y mi tiempo, están más acordes con
los de Sandra y esos convencionalismos en los que se siente como pez en el agua
aunque le guste disfrazarse de “moderna” y engañarse a sí misma pensando que es
más abierta de mente, más feminista, mas independiente no solo económicamente,
sino y sobretodo, emocionalmente.
Sandra que salió hace años de la adolescencia,
pero a la que vuelve una y mil veces en la difícil y obligada convivencia,
aunque sea temporal con sus padres, unos padres que la apoyan aunque no se
deje, que la acogen, que intentan entenderla y que son dos personajes redondos
que forman una pareja sólida, un matrimonio “como los de antes” o no.
-No hace falta
guardar secretos horribles. Mírame a mí-empezó a explicar Ana-, tú me conoces
desde el punto de vista de hija. Sabes que, por lógica, yo también he sido una
chica joven, pero no te lo puedes creer realmente. Para ti siempre he sido
mayor, alguien que tiene o ha tenido autoridad sobre ti, alguien contra quien
hay que rebelarse para poder se tú misma. Estoy segura de que tu padre no me ve
así. Y tu abuela, mi madre, tampoco me vio así nunca. Sin embrago yo soy eso y
más cosas. También soy lo que mis compañeros de trabajo contarían sobre mí, y
los vecinos, y los que venden en el mercado, a los que llevo toda la vida
comprándoles las patatas y las fiambres. Hay cosas que ellos creen saber sobre
mí, porque se las he contado, pero solo cuento lo que quiero que sepan claro.
No voy a ir por ahí enseñando lo más íntimo de mis sentimientos y pensamientos.
Es lo que hacemos todos en general. Los hay más y menos abiertos, pero hay
cosas que no enseñas hacia fuera, y cosas que nadie sabe de ti.
Junto a estas mujeres Gloria, otra víctima
colateral de la guerra, o del final de la misma, una mujer que cayó, sin
comerlo ni beberlo, en el bando de los vencidos y a la que esta situación le
fue cerrando todas las puertas con un pequeño al que alimentar. La amiga, la
hermana, el pilar que sostiene y en el que se sostiene Ofelia, su primer acto
de generosidad, de solidaridad… Su contrapunto, la madre abnegada, el ama de
casa concienzuda, la cocinera… esta sí, una mujer de su tiempo, a la que,
tampoco me ha sido fácil comprender.
Diego, éste sí, un joven de su tiempo, independiente, despreocupado, un fisioterapeuta
al que su profesión y su forma de ejercerla le da la oportunidad de disfrutar
de algo más de su trabajo, de las prerrogativas que su labor concreta con Don
Luis le confiere para ir más allá de su
trabajo y al que su ambición y su don de gentes convierten en una compañía poco
recomendable.
El siempre había
tenido una facilidad inaudita para descubrir informaciones de los demás
Don Luis, el único hijo de Ofelia, único heredero
del consorcio de empresas, solterón impenitente, empeñado en homenajear a su
madre, en agrandar el mito, para lo que necesita la ayuda de Sandra, sus manos,
porque las ideas las tiene muy claras, sabe lo que quiere que se sepa, porque
la imagen que tiene de su madre es la máxima de la idealización y no consiente
que le roce, ni por “despiste”, ni por el afán investigador de Sandra, ni
siquiera una sombra de duda.
Alberto es ese sobrino que lo es más familia
elegida que a menudo une mucho más que la
familia sanguínea, el hombre de confianza que no ha conocido otra vida mas allá
de la de los Arraez y lo cierto es que no le ha ido nada mal y se niega a que
eso cambie.
Alberto era una de
esas personas que dejan una ausencia perceptible, como si las luces hubiesen
bajado de intensidad.
Carmela es la fiel ama de llaves, la guardiana
de los secretos, de los que conoce y de los que intuye, la sombra a la que
nadie presta atención, pero que siempre está cerca.
Y Doña muerte, un personaje que me ha cautivado,
una mujer cuyo mayor poder es el de observar, el de empatizar, el de saber
escuchar y dar, en cada momento y a cada uno el consejo adecuado, amén de echar
las cartas aprovechando ese don de la clarividencia.
Parece que los
seres humanos no conseguimos limitarnos a vivir el presente; siempre queremos
echar una miradita al futuro, y es más que difícil explicarle a la gente que lo
que dicen las cartas puede ayudar, pero no es definitivo porque el futuro depende
del pasado y de nuestras decisiones. Además de que lo que las cartas aconsejan…
a veces es raro porque ellas no tienen los mismos baremos que nosotros.
El “tío Félix”, el amigo de los padres de Sandra
y la razón por la que esta vuelve a Monastil a escribir una “novelita” que ella
ve como un mero trámite para conseguir un buen dinero que le permita dejar de
doblar camisetas y poder rozar, aunque sea de soslayo, la ilusión de vivir de
sus estudios de historiadora y de los sueños de ser escritora que de momento se
reducen a cuentos que no deja leer a nadie.
Yo
no sabía aún si la amaba, pero la admiraba, y la admiración suele llevar al
amor.
A mis ojos, todo
aquello quedaba demasiado plano. Deslumbrante, por supuesto, justo lo que
quería su hijo, pero cuando no hay sombras la luz no se permite apreciar los
volúmenes y todo queda plano, como pintado, como un escenario de teatro, falso,
bidimensional.
Y por último Anselmo, ese personaje que
desaparece demasiado pronto en la novela, pero cuyo recuerdo sobrevuela y
determina, en muchos de los casos el devenir de los acontecimientos.
La autora nos presenta una novela compleja, en
la que todos estos personajes y algunos más, están llenos de aristas, de
secretos inconfesables, de luces y sombras… este elenco tan dispar que va
encajando y desencajando hasta acomodarse, hasta conformar un paisaje que nos
desvela lo que hay más allá de lo que resulta evidente.
Es esta una historia de personajes, pero es también
una crítica a la intransigencia, a las guerras, a nuestra guerra, a los que
sufrieron nuestros mayores, los que la
vivieron y los que sufrieron sus consecuencias por hallarse en el bando
equivocado.
Seguía habiendo
miedo. Monastil, como todos los demás pueblos, estaba lleno de falangistas de última
hora, de los que habían salido huyendo al principio de la guerra hacia la zona
de los sublevados y habían regresado ensoberbecidos y feroces a cumplir sus
mezquinas venganzas, a gozar de su fuerza actual, de estar en el lado ganador y
poder golpear, humillar e incluso hacer desaparecer
a los que durante la guerra habían sido sus enemigos.
Y con el misterio de lo que fue Ofelia como
telón de fondo, Elia reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre lo que dejamos
detrás de nosotros o no, cuando abandonamos este mundo. Y reflexiona sobre el
poder de las palabras y sobre el amor, sobre los sentimientos, sobre los
convencionalismos… y lo hace a través de
los escritos de Selma Plath, un personaje del que no voy a hablar aquí, porque
os encantará descubrirlo cuando os acerquéis a esta novela.
Habla de secretos y pecados y, sobretodo del
peso de la culpa y de cómo cada uno se enfrenta a ella y consigue, o no, seguir
viviendo.
Los secretos y los
pecados, sobretodo los pecados, cuando se guardan durante tanto tiempo van
pudriendo el alma y necesitan salir a la luz
Es una novela que no os podéis perder, una
novela con tantos recovecos que seguiréis descubriendo aspectos vitales mucho
tiempo después de haber volteado la última página.
Estamos hechos de palabras,
propias y ajenas. De amor y tiempo y palabras. El amor nos da vida, el tiempo
nos mata, las palabras nos hacen ser lo que somos y permanecer en el recuerdo
de los demás. O morir para siempre.
¡Wow! Qué reseña más atrapante, me encantó y definitivamente voy a leer este libro. Mientras te leí sentí como que esta historia tenía cierto aire a Isabel Allende y estoy segura de que amaré esta historia y de sus personajes. Las frases que pusiste cerraron el trato por completo, nunca leí nada de la autora pero ahora siento que cuando lea este libro no me decepcionará.
ResponderEliminarGracias por esta hermosa reseña, nos leemos!
Fantástica reseña. Ya la tenía apuntadita pero ahora la subrayo.
ResponderEliminarBesotes!!
Buena reseña, no tengo más que añadir, disfruté mucho con su lectura y es cierto que la forma de escribir de Elia encandila al lector pero, sobre todo, destacaría la magnífica creación de unos personajes que te vas a creer y que te harán reflexionar sobre muchas cosas.
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarme ha encantado la forma que tiene la escritora de jugar con los secretos y de retratar las mil y una caras de Ofelia según quien hable de ella y cuente las cosas. Una lectura que merece la pena página a página.
Besos!
Una reseña fantástica Gema, la has bordado. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Una novela, para mi sorprendente -ademas de por ser la primera que leo de Elia Barceló- por la intensidad de sus personajes, sobre todo los femeninos, con sus luces y sus sombras, por la trama que, a pesar de haber oído toda clase de historias de esa época tan triste de nustra guerra y posguerra, le ha dado un fondo tan real que llega al corazón. En fin una novela magnífica. Besos
ResponderEliminarLa verdad es que sí, que "El eco de la piel" es de esas novelas que, aunque la cierres porque la has terminado, sigue latiendo en tu cabeza, porque está viva, porque cuanta tantas cosas que a todos nos afectan, que da gusto pensar en que siempre puedes volver a leerla. Y es que Elia no es que haya escrito una novela redonda, sino que ha ido mucho más. Y tu reseña es la constatación de todo lo bueno que tiene el libro, porque lo has dejado más que patente con esa sensibilidad que siempre nos regalas.
ResponderEliminarUn beso.
Una novela de personajes potentes, especialmente los femeninos, y al frente de ellos Ofelia, una gran mujer con sus luces y sombras, que va acercándose al lector con matices, según qué personaje hablé de ella o en qué momento lector nos encontremos. Un viaje entre pasado y presente que sirve a la autora para tratar temas importantes, y que nos acompañará como lectores durante mucho tiempo. Un placer haber participado en esta lectura conjunta y muy completa tu reseña, como siempre. Besos.
ResponderEliminarSin duda una novela que recordaré durante mucho tiempo. Tienes mucha razón cuando dices que esta autora dosifica los secretos, aunque me temo que hubo alguno que lo intuí antes de que lo dejara patente. Con esto no quiero decir, en lo absoluto, que sea una novela en la que se pueda averiguar fácilmente lo que sucederá después, muy por el contrario.
ResponderEliminarUna novela de personajes y de historias en diferentes épocas de la vida, ¿qué más se le podría pedir a un libro? Reseñas como la tuya.
Es una novela que tiene tantas novelas dentro de si misma que no sé con cual quedarme. Alberto da para una novela, ese hombre que desde niño no lo era y que no podía mostrarlo al mundo da para mucho.
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