jueves, 5 de octubre de 2017

La primera

5 de Octubre de 2016.

Día después de la primera sesión, día de “subidón” de corticoides, me he ido a trabajar como cualquier otro día y he llegado más tarde de la hora prevista, como cualquier otro día, también…

Ha sido fantástica esa sensación de cotidianeidad, ha sido genial volver a tener un día normal de trabajo, ha sido maravilloso poder abrazar a mis compañeros de nuevo, ha sido una grata sorpresa volver a sentir su cariño, su calor y sus detalles, ha sido un día más después de lo vivido ayer.




Ayer fue el día de las “primeras veces”.  Primera consulta antes del tratamiento, primeros recorridos por el hospital, primeras confirmaciones de citas, de recogida de fármacos, de incertidumbres…

Entro en la sala, hay 20 sillones iguales al que me asignan, no dormí nada la noche anterior, el desasosiego, supongo; estoy agotada, como flotando,  nerviosa y a la expectativa…

El personal del Hospital de Día es maravilloso, me acogen y vuelven a explicarme  los posibles efectos adversos que pueden aparecer;  intentan “normalizar” una situación que es absolutamente excepcional.

A mi alrededor hay hombres y mujeres, más de estas últimas, tal vez sea solo casualidad, alguna de ellas necesita oxigeno y varias de ellas están “arropadas” por mantas térmicas, será esto lo que me espera? La imagen no me tranquiliza absolutamente nada.

La mayoría tienen a alguien sentado en la silla del acompañante, la mía está vacía, decidí ir sola, hay ciertas situaciones en mi vida a las que prefiero enfrentarme sola, por más que familia y amigos se hallan ofrecido a venir… prefiero estar sola con tanta gente alrededor.


Han puesto la vía en mi brazo útil y han colgado cinco bolsas en el árbol, me indican que esta primera vez la velocidad será muy lenta para comprobar que no haya reacciones inadecuadas a la medicación, tengo 5 horas por delante pero he venido preparada, el teléfono cargado, el cuaderno para escribir, el libro que quiero empezar a leer  y el libro electrónico, por si acaso.

Al final prácticamente no usaré nada, me dedicaré a ver como gota a gota las bolsas se vacían, como mi cuerpo se va relajando y a veces me vence el sopor.



Los voluntarios de la AECC recorren la sala, nos saludan, nos ofrecen lectura, bebida, masajes de Reiki… nos traen un tentempié que ayude a sobrellevar las horas en esta sala… parece todo “tan normal”….



Y a las 6 de la tarde, salgo a la calle, con una luz mucho más tenue que la que me recibió esta mañana a mi llegada al hospital. Mis chicos me esperan en la puerta, no siento nada distinto, solo el cansancio y una sensación de abotargamiento que seguro que pasará con una buena sesión de sueño.




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