De Beauvoir, Simone (2020)
Las inseparables
Lumen, Barcelona, 160 pp.
ISBN: 9788426409478
Escrita en 1954, cinco años después de la publicación deEl
segundo sexo, Las inseparables narra la amistad apasionada que une a Sylvie y a
Andrée -alter ego de la propia Simone de Beauvoir y de Élisabeth Lacoin (Zaza)-
desde que con nueve años se conocen en la escuela. Andrée es alegre,
inteligente y atrevida, y Sylvie, una niña formal que se siente
irremediablemente atraída por su personalidad arrolladora. Juntas aprenderán a
librarse de las convenciones y las expectativas asfixiantes de su entorno,
ignorantes del trágico precio que tienen la libertad y la ambición intelectual
y existencial. Una historia catártica para la autora, tal vez demasiado
reveladora para publicarla en vida, cuya recuperación -junto con algunas
fotografías y cartas que sirven de testimonio- constituye un acontecimiento
literario.
“Les parecía
paradójica, irónica, orgullosa: le echaban en cara que fuera levantisca; nunca
conseguían pillarla siendo abiertamente descarada porque guardaba
cuidadosamente las distancias, y eso era quizá lo que más las irritaba.”
La verdad es que para mí, Simone de Beauvoir ha sido siempre la “Inseparable” de Jane Paul Sartre y la autora del segundo sexo, hasta ahí llegaba mi conocimiento de esta autora, a la que hasta hoy no había tenido ninguna inquietud por leer. Hasta el momento en que este libro se plantó en mi camino, un libro que me fascino por su portada, por su titulo y por su sinopsis, una novela en la que podría conocer la infancia y la adolescencia de Simonne.
Estamos ante una novela autobiográfica en la que la autora varia escasos aspectos de su vida, más allá de los nombres de las protagonistas y la vinculación familiar de algunos otros. Estamos ante una novela autobiografía, pero escrita muchos años después del tiempo en el que ocurrió, lo que supongo supone, una reestructuración de los recuerdos y los sentimientos.
Es una novela corta cuya lectura dura apenas un suspiro pero que me ha sorprendido y me ha hechos disfrutar.
Una novela en la que la autora habla de religión y de esas creencias que aquellos educados en familias y sobre todo, en instituciones religiosas nos marcan en la infancia y, a menudo, en el resto de nuestra vida.“Ya había
enarbolado banderolas y arrojado pétalos de rosa al paso del sacerdote cubierto
de oro que llevaba el Santísimo; había presumido vestida de primera comunión y
besado en dedos de obispos enormes piedras violetas; los Monumentos musgosos,
los altares del mes de Maria, los belenes, las procesiones, los ángeles, el
incienso: todos esos aromas, esos ballets y esos oropeles resplandecientes
habían sido el único lujo de mi infancia. ¡Y qué agradable resultaba,
deslumbrada por tanta magnificencia, notarse por dentro un alma blanca y
radiante, igual que la sagrada forma en la custodia! Y luego las tinieblas
invaden el alma y el cielo, y lo que te encuentras, afincados en ti, son el
remordimiento, el pecado y el miedo. Incluso cuando se limitaba a tener en cuenta
el aspecto terrenal. “
Una novela en la que la autora habla de política, esa política determinada por la inestabilidad de los años 50 del pasado siglo en Francia.
“Los espías que
daban a los niños caramelos venenosos, los que, en el metro pinchaban, a las
mujeres francesas con agujas envenenadas estaba claro que merecían la muerte,
pero los derrotistas me tenían perpleja. No probé a preguntarle a mama: siempre
contestaba lo mismo que papá.”
Una novela en la que la autora refleja a la perfección las limitaciones a las que las mujeres se veían
sometidas a lo largo de aquella época, en la que lo único importante era salvaguardar su honor.“¡Que
esclavitud!”, pensé mientras volvía a mi habitación. Ni un gesto que no
controlase su madre o su abuela y que no se convierte en el acto en un ejemplo
para sus hermanas menores. ¡Ni un pensamiento del que no tuviera que darle
cuenta a Dios!.”
Limitaciones a las que Simonne, Silvye, en este caso, no se plegaba y que por momentos hicieron tambalear su profunda amistad, no por su diferencia, sino por la diferencia que “el estatus” hacia de ellas.
“Con la
tranquilidad recuperada al ver llegar a Andree al final de sus estudios sin
haber perdido la fe ni las buenas costumbres, satisfecha por haber colocado a
su hija mayor, la señora Gallard se mostró liberal toda la primavera.”
Y una novela, sin duda, en la que la autora habla de amor, de ese amor adolescente reflejado en su amiga Andree, vivido en una época en que esos amores debían ser invisibles, por la imagen, pero en el caso de Simonne, porque su amor iba más allá, su amor la impulsaba a proteger a su amiga por encima de todo.
“A Andree mi carta
le había parecido ridícula y me daba mucha pena: pero ante todo Andree no
sospechaba cuanto necesitaba yo compartirlo todo con ella; eso era lo que más
me desconsolaba: acababa de darme cuenta de que mi amiga no tenía ni idea de lo
que sentía por ella.”
Y es
que en esta historia la amistad supera el amor, hasta el punto de que la “enamorada”
se convierte en carabina del amor secreto de su “amada”, se convierte en una
celestina que da alas o a otra historia de amor en la que de nuevo vuelven a
confundirse lo terrenal y lo espiritual, un terreno en el que de nuevo se vive
la lucha de lo que se desea y lo que se debe ser, hasta llegar a un final
triste e inevitable.
“-¡Pobre
Andree! Todos quieren salvarla. ¡Y ella
lo que quiere es ser un poco feliz en este mundo.
- Andree tiene más
sentido del pecado que yo- dijo Pascal-. He visto como la corroían los
remordimientos por una historia inocente de la infancia. Si nuestra relación se
volviera más o menos turbia, ella jamás se lo perdonaría.”
Estamos sin duda, ante una novela intima y sensible, una novela de amistad y de amor, vista desde el prisma de una religión que impone el pecado por encima de cualquier otra opción. Una novela con la que he conocido a una autora a la que, posiblemente no tarde mucho en volver a acercarme.
“- Se puede pecar a todas las edades- dijo Andree-, y el amor no lo disculpa todo.”
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