Llamas, Enrique (2020)
Todos estábamos vivos
AdN, Madrid, 288 pp.
ISBN: 978-84-9181-821-2
Madrid, 9 febrero de 1980. Los más modernos de la capital se acicalan para asistir a un concierto en la Escuela de Caminos de la Universidad Politécnica, que con el tiempo se convertirá en un hito al ser considerado como el comienzo de la Movida Madrileña. Nadie quiere perdérselo: allí estará la joven Adela, hija de una actriz retirada y un marqués; Diana, que tiene oscuros tratos con siniestros personajes que la buscan por toda la ciudad; Teo, el novio de ésta, que aspira a consagrarse como el cantante de moda y Ric, novio de Aldo, el chico para todo que arregla tuberías atascadas. Al concierto también acudirá Siberia; esa diosa punk que brilla con luz propia y parece atraer a todos y todas. La mañana del día siguiente ya nada será igual: uno de ellos aparecerá muerto en un portal del barrio de Malasaña y todos, de alguna manera, habrán perdido parte de su inocencia.
El “Concierto Homenaje a Canito” ya era considerado el inicio de la llamada Movida Madrileña, un movimiento cultural que chocó de lleno con la España del momento y que ha sido contado, únicamente, por aquellos que lograron sobrevivirla.
Yo era aún una niña cuando comenzó lo que se dado en
llamar "la Movida Madrileña", pero mi adolescencia que coincidió con el final de aquella década de los 80 estuvo
acompañada por la banda sonora de Los Secretos,
de Mama, de Nacha Pop, de Alaska y de tantos otros grupos de nacieron al calor
de aquella etapa.
La ciudad donde crecí, tan cerca geográficamente a la capital pero a años luz de su movimiento "contracultural" , me hicieron ver siempre con envidia y cierto halo de romanticismo aquellas imágenes que en la televisión reflejaban la vida "alegre" que se vivía en las calles de Madrid.
Ya dice Sabina que "no hay nostalgia peor que
añorar lo que nunca jamás sucedió" y creo que eso es lo que a mí me movía
de esa época y lo que me llevó, cuando me vine a vivir a Madrid muchos años después
a no perdonar una noche en el Penta y
muchas noches de callejeo por una Malasaña mucho menos sórdida de lo que lo fue
entonces.
Esa distancia temporal y espacial es sin duda la que creó, al menos en mi caso, una imagen bucólica e idealizada de lo que ocurrió entonces, y es esa imagen y esa idea romántica de la que hablaba al principio la que Enrique desmonta en cada línea de Todos estábamos vivos.
El autor desnuda la Movida ante nuestros ojos para
mostrarnos una realidad cruda y oscura, en la que la entidad se desgaja en los
individuos que la conforman. Esos individuos viviendo una libertad recién
estrenada, una libertad que les llevaba a beberse la vida a "tragos
largos", tan largos que a algunos, a demasiados, se les atragantaron y les
impidieron seguir respirando.
Una libertad que mermó a toda una generación, que se llevo por delante a pobres y a ricos, a personas
anónimas y a personajes conocidos, a cultos y a ignorantes... una libertad que muchos pagaron cara, que dejó plagadas las calles de jeringuillas y los portales de cuerpos destartalados de jóvenes recién estrenados que nunca dejarían de serlo.
Todo eso nos cuenta el autor en la novela, con una forma de narrar que te arrastra a los locales de ensayo, a las casas de puertas siempre abiertas, a los sueños de ser famoso, a las amistades que todo lo comparten, hasta una jeringuilla pasada solo por el agua, que te hunde en el infierno del "mono", en las consecuencias de un "mal viaje" y en la incertidumbre de aquellas escapadas a Londres que muchas jóvenes españolas no tuvieron más remedio que realizar para seguir viviendo sin ataduras esa vida que deseaban seguir exprimiendo en libertad.
La música que
sonaba, tétrica y eléctrica, repetía en bucle los mismos compases. Comprendió
entonces Teo que él era un cachivache lleno de polvo en aquella fiesta que, le
habían dicho, iba a ser la de verdad. De verdad siempre y cuando, pensaba,
pudiera ir con ellos, volar a su nivel. Sin embargo, desde fuera, desde el
patetismo con el que los observaba, entendió que lo necesario era descender de
nuevo, quizá un tiro más, para entender por qué aquellos acordes eran la mejor
manera de empezar el año.
Un animal inmenso,
una bestia ansiosa se movía dentro de cada uno de nosotros y clamaba por salir,
creciendo hasta reventarnos la piel desde dentro.
Esta novela ha supuesto para mí un viaje emocional extenuante por lo que para mí ha supuesto quitar el velo que llevo años manteniendo, pero os aseguro que ha sido una de las novelas que más me ha emocionado de las que este año he leído.
No es una historia bonita como no puede serlo ninguna que ahonde en las "cloacas" de la movida, es un
disparo a la línea de flotación de lo que creíamos saber de lo que fue aquel movimiento, pero es una historia tan "de verdad" que al finalizarla, ese romanticismo del que hablaba al principio, se ha convertido en una tremenda tristeza.
Volver a leer a Enrique ha sido un verdadero placer, leer su prosa sin artificios, directa y sincera en lo que nos quiere contar, en lo que nos cuenta, en lo que, estoy segura contarían los que aún siguen vivos.
- Ha aguantado un par de días en el
hospital. Se me queda el cuerpo frío cuando lo pienso. No puedo creer que
alguien de nuestra edad pueda morir. De repente.
Os aconsejo que le deis una oportunidad a esta lectura, a los que como yo no la vivierais de primera mano para tener una idea más acertada de lo que supuso la movida más allá de aquella "revolución musical" y a los que la vivisteis porque seguro que podéis identificar muchas de las escenas y de los personajes que desfilan por estas páginas. Y a todos, en general, si queréis disfrutar de una historia tremendamente adictiva y atractiva tanto en su fondo como en su forma.
Alternábamos los funerales de nuestros abuelos con los de nuestros amigos. Cuando nuestro país parecía empezar a arder en el fuego de una pasión nueva, recién estrenada, nosotros nos congelábamos. Cuando los que íbamos quedando nos juntábamos, no nos atrevíamos a preguntar quien había sido el último muerto, y a pesar del miedo, del abismo por el que habían caído muchos y que nos arrastraban que tiraba de nuestra piel como si los huesos se desprendieran de ella, seguíamos
jugando un día tras otro, incapaces de renunciar a una partida hecha por la adicción y el azar. A veces hacíamos línea y sabíamos que, en cuestión de tiempo, haríamos el cartón entero. Tacharíamos todos los números. Cada cartón era para nosotros el último, como una amenaza o como una promesa, y éramos incapaces de detener esa espiral que nos liberaba del dolor físico, de unas articulaciones que sudaban, que nos hacían tiritar. Del dolor de la muerte del amigo. Del cuerpo que amanecía frio, a medianoche, en el banco de enfrente o de al lado. Hacía poco, muy poco, todos estábamos vivos y en nuestras caras se reflejaban nuestras infancias. Habíamos recibido un regalo inmenso, no un regalo cualquiera, un regalo para una fecha señalada que, cuando se repitiera, no iba a tener más entidad que la del aniversario. Un regalo envuelto en un celofán brillante, demasiado aparatoso para el tamaño de su contenido. Pero no de su valor.
Pues no conocía al autor, pero después de leer tu reseña me han entrado unas ganas enormes de leer la novela. La reseña impresionante por cierto. Un beso.
ResponderEliminarGracias Domi. Es una novela tremenda y Enrique escribe muy, pero que muy bien, estoy segura de que te iba a gustar. Un besazo
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