miércoles, 26 de febrero de 2020

Los caín


Llamas, Enrique (2018)
Los Caín
Alianza de Novelas, Madrid, 240 pp.
ISBN: 978-84-9181-091-9

Un pueblo perdido en mitad de Castilla en las postrimerías del franquismo. Un joven maestro madrileño falto de experiencia y fuera de lugar. Una niña ahogada veinte años atrás. El fatal accidente de una adolescente para la que huir era la única salida. Una extraña epidemia que acaba con los ciervos del lugar, y el silencio, la nieve, la cerrazón y los secretos como únicos testigos, mudos e impasibles, del lento pasar de los días en un lugar olvidado, furibundo en medio
de la nada, ahogado bajo odios enconados y rencores enquistados cuyo motivo nadie recuerda. Con prosa medida, afilada, tan dura como las gentes que retrata, Enrique Llamas se revela, con esta novela cuyas raíces se traban en nuestra mejor tradición literaria, como un talento digno de ser tenido en cuenta, un narrador capaz de pergeñar una primera obra que quedará marcada en nuestra memoria por sus certeros personajes, su ambientación magistral y su testimonio, hondo y veraz, de un mundo que creíamos haber dejado atrás pero todavía sigue anclado en el corazón de este país.

Cuando ocultamos algo, la propia alerta nos hace suponer que los demás conocen nuestro secreto. Así, lo acabamos develando gracias a infundadas suspicacias de nuestra cosecha.

¿Cómo catalogar esta novela? ¿Cómo circunscribirla a un género determinado?
Difícil, muy difícil.
Si tuviera que asignarle un género seria tal vez la novela realista, en su acepción más concreta.
La sinopsis está clara, no hay más que leerla, la historia se centra en un lugar y en una vida que tiene mucho que ver con ese lugar, con ese paisaje y con ese tiempo.

Es una novela que habla de odios enconados, de rencores ancestrales que van pasando de generación en generación, sin que nadie sepa el origen cierto de la inquina. Basados en verdades crecidas a la luz de las supersticiones, a la sombra de nuestra necesidad de buscar culpables en los males que nos aquejan, en la, a veces simple, necesidad de odiar.

Ya sabía donde no debía meterse y que todas las peleas infantiles eran una sombra más o menos nítida del mundo de los adultos.

Ambos clanes rieron como niños malos cuando los inquirieron por el maestro de Madrid; aquella gente enfrentada se unía, tácitamente y movida por algo viejo, cuando oían cualquier cosa que sonase a forastera.

Una novela que bucea en esa forma de vida basada en el recelo y la sospecha, una forma de vida, la única conocida para los habitantes de este lugar situado en la mal llamada "España profunda"  pero que choca frontalmente con las ideas del que llega de fuera, del que no ha mamado los miedos o el encono, del que no tiene oscuros secretos, del que no tiene muertos enterrados bajo capas de medias verdades, cuando no claras mentiras que todos intuyen, pero que ninguno sabe con certeza, por su propio bien, porque no destapar las falacias del vecino, impide, a veces, a pesar de los pesares, que este desentierre  también las nuestras, escondidas incluso a nosotros mismos detrás de  mentiras piadosas de esas historias que contamos para maquillar una verdad oscura, para evitárnosla incluso a nosotros mismos.

El rencor es un sentimiento que puede seguir ahí, aunque se olvide el hecho que lo motivó.

Enrique narra con una prosa nítida y directa, plagada de refranes,  una historia asfixiante, claustrofóbica… una historia que te obliga a contener la respiración, que te mantiene en tensión hasta la última página, porque Somino es una olla a presión de la que intuyes puede explotar en cualquier momento y lo esperas, con angustia y también, porque no decirlo, con anhelo, porque necesitamos que pase algo que ponga fin a esas miradas aviesas, a esas cortinas que mueve quien mira sin querer que le miren, porque necesitamos que salgan a la luz los secretos que se guardan celosamente bajo capas de mentiras.

Lo que no pensó fue lo que escuchó-y que también percibió a tientas josefina, la Mayor, poniendo el oído-, sería algo que lo intrigaría como solo intrigan las cosas que no nos atañen, que nos levantan a nosotros y a nuestra curiosidad del asiento.

Y en eso de ocultar el autor es un maestro, porque al cerrar la última página aun quedan preguntas sin
respuestas, incógnitas con repuestas opuestas según quien cuente la historia, porque al final, como en la vida, la realidad no es objetiva, la verdad es para cada uno de nosotros lo que vivimos y como lo vivimos.

A veces, pensaba Héctor, rellenamos los huecos que les faltan a las historias con otras de nuestra invención que nos ayudan a entenderlas.

He disfrutado de una novela distinta, una novela que me ha transportado a mis lecturas de antaño, a “El camino”, a “La sombra del ciprés es alargada”, a los “Santos Inocentes”… tal vez por  ese paisaje rural, tal vez por esos personajes que se reconocen más por esos motes que los definen que por el nombre que les fue impuesto en la pila bautismal, tal vez porque ha hecho aflorar en mi tantos sentimientos como aquellas historias de Don Miguel, tal vez porque me ha gustado tanto como aquellas grandísimas novelas.

La Tiesa lo asumió porque la capacidad de autonegación puede ser la misma que la de supervivencia.

Ha sido una gran lectura, ha sido un placer conocer a un maravilloso elenco de personajes y ha sido en esa nubosidad variable que cierra el capítulo de agradecimientos que no suelo leer en los libros y que en este caso hubiera supuesto la pérdida de una gran sonrisa provocada por el recuerdo de Sofía y de Mariana y por ese homenaje a otra de las grandes, a mi autora favorita, a una de las mejores de la literatura española, a Carmen Martin Gaite.
Una grata sorpresa y el colofón para ganarme, esa referencia a Don Pedro Laroque

“¿Sigues escribiendo?”. Y yo contesto que sí, que siempre. Como diría Don Pedro Larroque: “Siga usted, señorita Montalvo, siga siempre”.

2 comentarios:

  1. totalmente nuevo para mi, que bueno yo que estaba buscando una lectura!!

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  2. Hola.
    Este libro lo voy a dejar pasar, no me llama mucho y ademas no es un genero que suela leer. Gracias por la reseña.
    Nos leemos.

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