jueves, 31 de diciembre de 2020

Ana

Santiago, Roberto (2017)

Ana (ebook)

Editorial Planeta, Barcelona, 864 pp.

ISBN: 9788408168317


Años atrás, Ana Tramel fue una brillante penalista a la que se disputaban los mejores despachos. Un oscuro suceso en su pasado cambió su vida y ahora pasa sus días entre recursos administrativos en un mediocre bufete, ahogándose en un vaso de whisky. Pero su vida da un vuelco cuando su hermano Alejandro, con el que no habla desde hace cinco años, la llama angustiado. Ha sido detenido por el asesinato del director del Casino Gran Castilla.

Ana pide ayuda a su jefa y vieja amiga, Concha. Necesita la estructura y recursos del despacho para llevar adelante una defensa en la que tiene prácticamente todo en contra. Acompañada de un peculiar equipo (un viejo investigador, una abogada novel y un becario ludópata) se enfrentará a las grandes empresas del juego.

 

 Cada cosa que he hecho en mi vida ha tenido consecuencias, y pensar que podía salir impune porque estaba en posesión de la razón solo era engañarme a mí misma.

 

Ana es una novela que llevaba mucho tiempo en mi lista de pendientes, exactamente desde 2018, cuando mi amiga y compañera Ana de #SoyYincanera me la recomendó por primera vez y ha seguido recomendándomela a la menor oportunidad.

Si añadido a lo anterior, tenemos en cuenta su próxima adaptación a la televisión que será protagonizada por Maribel Verdú, una de mis actrices españolas favoritas,  el resultado es que la novela fuera escalando puestos en mi lista de pendientes  hasta ocupar la primera posición, y os aseguro que me alegro de que así haya sido.

Ana es un thriller judicial que, a pesar de su extensión, no reduce el ritmo en ningún momento y te mantiene pegada a las páginas desde la primera hasta la última de sus 864 páginas. No es una novela breve, no lo es, pero su lectura se me ha hecho muy corta.

Ana Tramel es una protagonista que no cumple ninguno de los parámetros de lo que se pueda

considerar "buena persona", no es de esas protagonistas que te resulta simpática ni agradable desde las primeras páginas, ni aún en las últimas. Es una mujer acabada, profesional y personalmente, llena de defectos de los que lejos de arrepentirse se vanagloria. Una mujer que se conoce a sí misma, con sus virtudes y sus muchas “especialidades” y que se acepta así, no es que se quiera ni se odie, es que tiene asumido que esa es su forma de ser y no tiene ninguna intención de cambiar, por más que la vida, los acontecimientos y la gente que le rodea se empeñen en vapulearla y en ponerla, en muchas ocasiones frente a una penosa, triste y solitaria realidad que, en la mayoría de los casos ella misma provoca.

 

Cambiar de opinión es una de mis especialidades.

 

Hacer y decir cosas que se volvían en mi contra era, por así decirlo, otra de mis especialidades. Por si alguien aún no lo tiene claro, mis especialidades no son cosas que la gente en general aprecie a primera vista como tales.

 

Exacto: amenazar de forma convincente es otra de mis especialidades.

 

Aunque pueda resultar contradictorio, tocar fondo es otra de mis especialidades.

 

Y es, además, una mujer hundida en una adicción de la que es consciente, pero que, en el fondo, es lo que le hace sentirse viva.

Ana Tramel, está sumergida en el fango y en este se mueve de la mejor manera que le es posible. Es una mujer amargada, falta de empatía y alérgica a los sentimientos y los sentimentalismos, una mujer que, a ratos, no parece humana. Una mujer que atesora en su interior miles de traumas que no conoceremos hasta bien entrada la trama y que nos permitirá conocer algo del "porque" de su forma de ser.

 

Eres tenaz y luchadora, pero también eres una adicta. Eres tu principal enemiga cuando la gente te
defrauda. Sé que tarde o temprano surgirán problemas, inconvenientes, contratiempos. Sé que nos engañarán personas en las que confiamos, que nos darán puñaladas traperas, que nos empujarán y nos harán tambalearnos. Es posible que esta misma noche, mañana, ahora mismo, la mierda nos llegue al cuello. Sé que habrá días en los que todo parecerá negro, en los que tendremos la impresión de que el cielo está a punto de desplomarse sobre nuestras cabezas. Pero aun así, no te rendirás.

 

No he sido capaz de empatizar con ella en ningún momento, pero reconozco que, a pesar de haber tenido tentaciones de “pegarle un berrido” en muchos de los pasajes de esta historia, es un personaje que me ha fascinado.

La vida de Ana, ese dejarse vivir, se verá irremediablemente invadida por familia política, amigas íntimas, o por mejor decir, su única amiga, por tres jóvenes  colegas que se convertirán en socios, por un investigador privado, por un guardia civil y por el primer exmarido de la protagonista. Y Ana recibe golpes de todos y cada uno de ellos y los encaja sin llegar al K.O técnico, aguantando cada uno de los envites sin llegar  a caer sobre el ring. Y es que en esta novela no hay ni un personaje bueno y cuando parece que lo es, te sorprende con una acción deleznable que le quita la careta, dejando al descubierto las peores pasiones del ser humano.

La novela se centra en la ambición, en el poder y en la traición y como buena novela negra, se sumerge

en los subterfugios del juego y de muchas otras adicciones y pone al descubierto el uso y el abuso del sistema judicial.


 En realidad, casi todo dependía del juez que nos tocase; por mucho que a todos (abogados, fiscales, judicatura y demás miembros de la familia legal) nos encantase sacar pecho sobre la objetividad de la justicia, todos sabíamos que no eran más que palabras. Desde el momento en que un hombre o una mujer debía tomar una decisión, o mejor dicho, docenas de decisiones sobre unos actos, sobre otras personas, sobre la voluntad humana en definitiva, todo era rotunda y definitivamente subjetivo.

 

—Es lo que ocurre cuando alguien se cree que puede hacer y deshacer la justicia a su antojo. Al principio lo hizo tal vez guiada por una causa noble, no lo dudo, pero, a medida que se vio más impune, se fue creciendo.

 

Ana es una mujer que  en tiempos fue una temida abogada, no por vocación, ni siquiera por su alto sentido de la justicia, sino simple y llanamente por un efecto de su carácter, su necesidad de salirse siempre con la suya. Un tiempo que dejó atrás, pero al que se ve obligada a volver, pero el tiempo pasa, algunas cualidades se pierden, algunas circunstancias cambian, pero los hechos de su pasado permanecen vivos en la memoria de los que dañó y normalmente, los agraviados no olvidan y antes o después te obligan a pagar tus “deudas”.  

 Sentí que la antigua Ana Tramel estaba de vuelta, la abogada que se anticipaba varias jugadas a sus rivales, e incluso a sus compañeros y sus clientes. La jurista implacable que siempre se salía con la suya. Es como montar en bicicleta, tarde o temprano tu instinto despierta y, aunque pienses que ya no lo recuerdas, de pronto te pones a dar pedales sin darte cuenta. No estaba orgullosa de ello. Pero algo me decía que en esta ocasión encajar golpes no iba a ser suficiente.

 

Me ha resultado una novela sorprendente de la que, por si no ha quedado claro hasta ahora, Ana es el eje principal alrededor del cual pivotan toda la trama y todos y cada uno de los personajes. Ninguno de ellos amable, ninguno de ellos de los que te llevarías a casa, ninguno de ellos franco…  (excepto una rara excepción). Y sin embargo, a pesar de su maldad, son personajes reales, sólidos y muy creíbles por más que sus bajezas nos lleven a pensar que es imposible que existan en la vida real.

 

Acostumbrada a enfrentarme a tantos mentirosos a lo largo de mi vida, cuando aparece uno de esos optimistas que te sueltan la verdad, me quedo desarmada.

 

Es una novela que me recomendaron y que no tengo más remedio que recomendar si queréis  disfrutar de una gran historia y sobre todo si tenéis intención, como yo, de ver la serie que se avecina para el 2021.

 

No soy mucho de arrepentirme, ni siquiera de las cosas en las que claramente me he equivocado, no sirve de nada.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

El nido de la araña

Frisa, María (2020)

El nido de la araña

S.A. Ediciones B, Barcelona, 480 pp.

ISBN: 9788466668323

 

Un absorbente thriller psicológico que explora tus límites y en el que nada es lo que parece.

¿Hasta dónde llegaría una madre para proteger a su hija?

¿Por qué sería capaz de sacrificarlo todo?

Pienses lo que pienses, cuando termines de leer esta novela habrás cambiado de opinión.

Katy vive con su hija en un piso de lujo que, tras meses sin trabajar, Katy ya no puede mantener. Así, ambas se ven obligadas a mudarse a un pequeño apartamento de un edificio casi vacío de Madrid. Poco despues, Katy recibe una misteriosa llamada en la que le ofrecen el trabajo de sus sueños. Parece el golpe de suerte que necesitaba. Lo que no imagina es que una compleja telaraña tejida con los errores del pasado se cierne sobre ella y que su peor pesadilla está a punto de empezar.

 

Me relajaba saber cómo esperaban los otros que me comportase. Los otros. Los otros eran un misterio para mí, a pesar de mis esfuerzos.

 

Conocí a María Frisa hace dos años en un encuentro de blogueros organizado por la editorial con motivo de la publicación de Cuídate de mí. Aún recuerdo que acabe la lectura del libro poco antes de aquel encuentro y que, en contra de mi costumbre, nada más pasar la última página me vi obligada a escribir mi opinión, tales eran las sensaciones que me había despertado el libro.

Hoy, al cerrar la última página de El nido de la araña, he tenido la misma necesidad, la de escribir ahora, para que no se desvanezca esta sensación o impelida, tal vez, por la vertiginosa trama de la novela que se me ha quedado impregnada, así que, allá va.

No se puede decir en ningún caso que la novela sea lenta, pero si en la primera parte se mantiene una alta velocidad de crucero, en la segunda la autora aprieta el acelerador y te arrastra en un ritmo vertiginoso en el que tu cerebro, como el de la protagonista, parece empezar a fallar.

 

¿Preguntar? Las preguntas en su mente son como decenas de ruidosas canicas de cristal que alguien tirase contra el suelo una y otra vez. No consigue centrarse en una.

 

Algo no encaja, como dice una vieja conocida de otra de las novelas de la autora,  y te encuentras intentando decidirte por creer  lo que has leído durante la primera parte o por no creer absolutamente nada.

 

Sabe por experiencia que las cosas inverosímiles no tienen por qué ser ni más ni menos ciertas que las que parecen coherentes.

 

Cómo buena psicóloga, María juega con nuestras percepciones, con nuestros sentidos y nuestros

sentimientos y juega, sobre todo con nuestras certezas, con lo que creemos saber, que se nos nuestra erróneo apenas unas páginas después. Y si en la primera parte me he encontrado totalmente despistada sobre el porqué y el para qué de los hechos, en la parte en  cursiva que se refiere al pasado me he sentido más perdida “que el barco del arroz”.

Ha sido una lectura apasionante, en la que, a ratos,  mi empatía con la protagonista ha sido total, sintiendo con ella el miedo, la turbación, la desconfianza, la ira y el pánico, hasta el punto de sentir el corazón desbocado en más de una escena. Y a ratos he sentido unas tremendas ganas de echármela en cara para darle un par de zarandeos.

Katy es un personaje atípico, con una personalidad más atípica aún, como lo son Esther y Oscar, como lo son los investigadores, como lo son esos ejecutivos encantados de conocerse y a quienes María retrata a la perfección.

La novela es una maravilla de arquitectura de los personajes en los que cada uno de ellos encaja en la trama de forma magistral, aunque la autora consigue que no nos demos cuenta de esta forma de encajar casi hasta el final.

Una novela en la que la autora nos demuestra que a veces las redes sociales que tejemos en nuestras vidas no son tan solidas como creíamos y que, en un momento determinado, hasta alguien que no lo sería en circunstancias habituales, puede convertirse en nuestro mayor aliado.

Una novela que, en todo caso, bucea, de forma magistral en las pasiones humanas, las más altas, como lo es sin duda el amor de una madre y las más oscuras que podríamos resumir en lo que para mí es el centro de toda esta trama, la manipulación, en su sentido más amplio.

 

Estoy furiosa. Pero es preferible a la pena y a la culpa que me consumían antes. A la espera pasiva. ¿Sabes qué decía mi madre? —Negué—. Estar furiosa es una buena señal porque significa que no te han derrotado. Debemos estar furiosas, iracundas —abrió exageradamente los ojos—, pero no tristes, porque estamos luchando, no nos hemos rendido.

 

La autora no tiene ningún miedo en poner el dedo en la llaga, tratando temas durísimos, algunos frecuentes en el género y otros que van más allá de los que se hayan planteado en ninguna de las novelas negras que he leído hasta ahora, situaciones terribles, más si pensamos que son tremendas realidades llevadas a la ficción.

 

Ha estudiado bastante acerca del suicidio, el gran tabú. Un tema que como psicóloga le apasiona. Incluso ha elaborado su propia teoría: el suicida no quiere morir, sino dejar de sufrir. Y para dejar de sufrir, hay que actuar. Son personas que carecen de las herramientas y los conocimientos necesarios para manejarse en una crisis profunda y sostenida en el tiempo. Aunque el hecho de que la potencial suicida empuñe un arma hace que los parámetros habituales varíen.

 

Tú —se encara con otro tertuliano— culparías a una mujer con cáncer de pecho por vomitar? El tertuliano, director de un periódico, niega. —¿La culparías por perder el cabello? El otro niega de nuevo. El psiquiatra suelta su arenga: —¿Y por qué hacemos responsable a alguien que sufre una depresión del cansancio extremo, de la anhedonia, de la tristeza...? Le recriminamos que solo es cuestión de echarle ganas, como si su enfermedad se debiera a una falta expresa de voluntad y no a una afectación de sus estructuras cerebrales.

 

Volver a leer a María Frisa, a la que llevaba tiempo esperando, ha sido, de nuevo, una aventura fascinante, una aventura en la que al acabar todo encaja, pero en la que a lo largo de la trama no has dejado de sentir que estaban jugando contigo, no has sido capaz de ir recogiendo las miguitas que la autora te ha ido dejando por el camino. A través de la historia presente y de esa trama en cursiva que sabes que tiene que significar algo importante, pero que siempre descuadra, que siempre tiene una arista de más... ha conseguido que, como la protagonista, yo no haya sido capaz de leer las señales. Ha conseguido que, como Catalina, Katy, Catlin, yo también me haya visto atrapada en una tela de araña de la que no he podido desprenderme hasta finalizar la lectura.

 

No me preocupaba lo que hemos planeado, sino lo que no —me ha dicho esta mañana al entregármelo—. Nunca se valora la importancia de las situaciones imprevistas cuando de ellas depende el éxito o el fracaso de un plan.


Si esto fuera una competición entre la historia y yo podría decir, sin temor a equivocarme,  que María me ha dado una buena paliza.

Y no os cuento más, deberéis leer la novela para descubrir si estáis de acuerdo conmigo o si pensáis que yo también me he quedado enredada en esa tela de araña. Y os aconsejo leerla, despacio, si podéis, aunque me temo que eso os será imposible.

 

Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Eso es el suspense.

martes, 29 de diciembre de 2020

Doña Perfecta

Pérez Galdós, Benito (1876)

Doña Perfecta (2017)

Ediciones Cátedra, Colección Letras Hispanas, Madrid, 408 pp.

ISBN: 9788437637396


 

Benito Pérez Galdós inicia sus «novelas españolas contemporáneas» con la publicación de "Doña Perfecta" en 1876. Los lectores han mostrado en todo momento una predilección especial por esta novela; y sus protagonistas: el ingeniero Pepe Rey y su dogmática tía, doña Perfecta Rey de Polentinos, están entre los más memorables de la larga lista de personajes que el autor produjo a lo largo de medio siglo de prodigiosa creatividad.

 


Veo que no te enfadas, veo que no te parece absurdo este proyecto mío, algo parecido a la previsión oficiosa de los padres de antaño que casaban a sus hijos sin consultárselo y las más veces haciendo uniones disparatadas y prematuras... Dios quiera que esta sea o prometa ser de las más felices. Es verdad que no conoces a mi sobrina; pero tú y yo tenemos noticias de su virtud, de su discreción, de su modestia y noble sencillez. Para que nada le falte hasta es bonita... Mi opinión -añadió festivamente- es que te pongas en camino y pises el suelo de esa recóndita ciudad episcopal, de esa urbs augusta, y allí, en presencia de mi hermana y de su graciosa Rosarito, resuelvas si esta ha de ser algo más que mi sobrina. Pepe volvió a tomar la carta y la leyó cuidadosamente. Su semblante no expresaba alegría ni pesadumbre. Parecía estar examinando un proyecto de empalme de dos vías férreas. -Por cierto -decía D. Juan- que en esa remota Orbajosa, donde, entre paréntesis, tienes fincas que puedes examinar ahora, se pasa la vida con la tranquilidad y dulzura de los idilios. ¡Qué patriarcales costumbres! ¡Qué nobleza en aquella sencillez! ¡Qué rústica paz virgiliana! Si en vez de ser matemático fueras latinista, repetirías al entrar allí el ergo tua rura manebunt. ¡Qué admirable lugar para dedicarse a la contemplación de nuestra propia alma y prepararse a las buenas obras! Allí todo es bondad, honradez; allí no se conocen la mentira y la farsa como en nuestras grandes ciudades; allí renacen las santas inclinaciones que el bullicio de la moderna vida ahoga; allí despierta la dormida fe, y se siente vivo impulso indefinible dentro del pecho, al modo de pueril impaciencia que en el fondo de nuestra alma grita: «quiero vivir».

 

Lo cierto es que no soy mucho de retos lectores, más que nada porque al final, por una razón u otra

acabo no cumpliéndolos. Suele ocurrir que me acabo sumergiendo en las miles de novedades y en los que voy arrastrando en mi lista de pendientes y también, porque no, que a veces no me cuadra el reto propuesto con lo que realmente me apetece leer.

El caso, es que entre mis propósitos lectores de este 2020 sí tenía apuntado y con mayúsculas leer a Galdós en el centenario de su muerte y al filo del fin de año me he acercado a Doña Perfecta, una novela que, además, el autor adaptó a una obra de teatro en cuatro actos y que se estreno en el Teatro Español de Madrid el 28 de enero de 1896, 20 años después de su publicación.

Doña Perfecta es, básicamente una novela rural, una novela que confronta la modernidad de las grandes ciudades, a través del personaje de Pepe Rey, con el atraso de la vida rural a través de los ojos de Doña Perfecta.

El autor, confronta, así mismo, la celeridad y las guerras soterradas y no tanto, de las capitales, con la paz y la tranquilidad que se respira en los pequeños núcleos de población. Pero, emulando al autor con un refrán castellano, de los que tanto abundan en esta historia, he de decir que “Pueblo pequeño, infierno grande”, máxime si este cuenta con una cacique más moral que material, a la que todos adoran por su amabilidad y su gesto bondadoso y tranquilo. Una mujer que reúne en su casa a lo más granado de las fuerzas vivas del municipio y que, con sus maneras, es capaz de llevarlos a su terreno para conseguir sus objetivos. Sean estos los que sean.

 

Viene también por las noches a jugar al tresillo -añadió la joven-, porque a prima noche se reúnen aquí algunas personas, el juez de primera instancia, el promotor fiscal, el deán, el secretario del obispo, el alcalde, el recaudador de contribuciones, el sobrino de D. Inocencio...

 


El caso es que a este pequeño pueblo llega Pepe Rey,  un ingeniero reputado de la capital, con el propósito de casarse con una prima suya (hija de Doña Perfecta) a la que no conoce. Obviamente, esta unión no ha sido idea suya, sino de su padre, acorde con su propia tía, en una de esas costumbres de concertar matrimonios aun muy habituales a finales de siglo XIX.

Pepe Rey llega al pueblo casi como un héroe, pero debido a sus costumbres capitalinas consigue ofender las ideas más sagradas de los habitantes del pueblo, su religiosidad y el rango abolengo en que se creen sus gentes y eso llevará a que a su estancia en Orbajosa se la pueda denominar de cualquier forma, excepto pacífica y tranquila. Una estancia en la que la algarabía con que los pobladores de este municipio reciben al ingeniero se va convirtiendo, poco a poco, en miles de frentes en que este se ve atacado de forma más o menos velada por todos y cada uno de los habitantes orbajenses. Pero el amor todo lo puede y José Rey, enamorado de su prima, es capaz de aguantar carros y carretas con tal de poder cumplir el objetivo marcado por su padre y que convierte en propio en el momento en que sus ojos se cruzan con los de Rosario.

 

Era un hormiguero una inmunda gusanera de pleitos. Había hecho propósito de renunciar a la propiedad de sus fincas; pero entre tanto su dignidad le obligaba a no ceder ante las marrullerías de los sagaces palurdos; y como el Ayuntamiento le reclamó también por supuesta confusión de su finca con un inmediato monte de Propios, viose el desgraciado joven en el caso de tener que disipar las  dudas que acerca de su derecho surgían a cada paso. Su honra estaba comprometida, y no había otro remedio que pleitear o morir.

 


Para conseguir su propósito e intentar paliar el acoso al que está siendo sometido, Pepe Rey busca el concurso de las tropas que aparecen en Orbajosa decididas a acabar con las partidas carlistas y claro, es peor el remedio que la enfermedad, pues se encuentra de nuevo derivando hacia todo lo el pueblo aborrece: el gobierno central  como enemigo a batir y las tropas,  látigo que este utiliza para someterlos, como elementos subversivos a derribar.  Las ideas vuelven a confrontarse y los “pueblerinos” acreedores en su mente de valentía sin igual y gran pureza y virtud a los ojos de Dios, no pueden permitir su sometimiento a las ideas liberales de ninguna de las maneras.

 

En casa de doña Perfecta es cosa corriente que la tropa y yo formamos una coalición diabólica y anti-religiosa para quitarle a Orbajosa sus tesoros, su fe y sus muchachas. Me consta que su hermana de usted cree a pie juntillas que yo le voy a tomar por asalto la casa, y no es dudoso que detrás de la puerta habrá alguna barricada.

»Pero no puede ser de otra manera. Aquí tienen las ideas más anticuadas acerca de la sociedad, de la religión, del Estado, de la propiedad. La exaltación religiosa que les impulsa a emplear la fuerza contra el Gobierno, por defender una fe que nadie ha atacado y que ellos no tienen tampoco, despierta en su ánimo resabios feudales, y como resolverían todas sus cuestiones por la fuerza bruta y a sangre y fuego, degollando a todo el que no piense como ellos, creen que no hay en el mundo quien emplee otros medios.

 

Porque si además de lo dicho, algo predomina en la novela, es el uso torticero de la religión que sirve a los protagonistas para justificar cualquiera de sus acciones, por ruines que estas puedan llegar a ser a los ojos de los hombres.

 


Crees que te contradiré, que negaré en absoluto los hechos de que me has acusado?... pues no, no los niego. El ingeniero se quedó asombrado. -No los niego -prosiguió la señora-. Lo que niego es la dañada intención que les atribuyes. ¿Con qué derecho te metes a juzgar lo que no conoces sino por indicios y conjeturas? ¿Tienes tú la suprema inteligencia que se necesita para juzgar de plano las acciones de los demás y dar sentencia sobre ellas? ¿Eres Dios para conocer las intenciones?

Pepe se asombro más.

No es lícito emplear alguna vez en la vida medios indirectos para conseguir un fin bueno y honrado? ¿Con qué derecho juzgas acciones mías que no comprendes bien? Yo, querido sobrino, ostentando una sinceridad que tú no mereces, te confieso que sí, que efectivamente me he valido de subterfugios para conseguir un fin bueno, para conseguir lo que al mismo tiempo era beneficioso para ti y para mi hija... ¿No comprendes? Parece que estás lelo... ¡Ah! ¡Tu gran entendimiento de matemático y de filósofo alemán no es capaz de penetrar estas sutilezas de una madre prudente!

 

La novela se lee en un suspiro, no solo porque no sea especialmente extensa, ya que ronda las 200 páginas, sino porque la trama te empuja a volar, a querer saber si Pepe Rey, un hombre de ciudad, se acostumbrará en algún momento a los tejemanejes de “unos pobres aldeanos” y si será capaz de llevar a término el objetivo que le llevó a aquellas tierras y conseguirá convertirse en sobrino-yerno de nuestra protagonista, de Doña Perfecta.

Los personajes son tremendamente prototípicos de la época, descritos de forma minuciosa y solemne por el autor, tanto por lo que nos cuenta de cada uno de ellos como por las acciones que estos llevan a cabo a lo largo de la novela y en las que el autor profundiza prolijamente.

La forma de escribir del autor es, simplemente magnífica, su prosa está plagada de refranes y vulgarismos que conjuga con absoluta facilidad con profundas reflexiones intelectuales, religiosas y sociales y todo ello regado con una tremenda pátina de ironía.

Hasta hoy mi conocimiento de la obra de Galdós se reducía  a los extractos, sobretodo de los episodios nacionales, que nos hacían leer en el colegio, y a los recuerdos de la serie “Fortunata y Jacinta” que de niña vi en la televisión y que recuerdo vagamente. Cuanto me he perdido… os aseguro que, a partir de este momento, uno de mis retos será intentar ponerme al día con la producción de este autor del que estoy deseando seguir descubriendo radiografías de una sociedad que me resulta extraña y conociendo a los personajes que la poblaron y que, seguro, me resultarán tan fascinantes como los que he encontrado entre las páginas de esta historia.

 

La ciencia, tal como la estudian y la propagan los modernos, es la muerte del sentimiento y de las dulces ilusiones. Con ella la vida del espíritu se amengua; todo se reduce a reglas fijas, y los mismos encantos sublimes de la Naturaleza desaparecen. Con la ciencia destrúyese lo maravilloso en las artes, así como la fe en el alma. La ciencia dice que todo es mentira y todo lo quiere poner en guarismos y rayas, no sólo maria ac terras, donde estamos nosotros, sino también cælumque profundum, donde está Dios... Los admirables sueños del alma, su arrobamiento místico, la inspiración misma de los poetas, mentira. El corazón es una esponja, el cerebro una gusanera.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

El desorden que dejas

Montero, Carlos (2016)

El desorden que dejas

(Premio Primavera de Novela 2016)

Espasa Libros, Madrid, 408 pp.

ISBN: 9788467047264

  


La novela premiada es un intenso thriller psicológico protagonizado y relatado en primera persona por Raquel, una joven profesora de literatura en horas bajas que acepta una suplencia en un instituto de Novariz, el pueblo de donde, casualmente, procede su marido.

En su primer día de trabajo, la joven se entera de que Elvira, su predecesora, se ha suicidado y al finalizar las clases encuentra en su bolso una nota que dice: "¿Y tú cuánto vas a tardar en matarte?".

Decidida, Raquel intentará averiguar quién está detrás de esa amenaza, e inevitablemente se empezará a obsesionar con la antigua profesora.

¿Qué le ocurrió? ¿Que la llevó a la depresión si los alumnos la adoraban? ¿Realmente se suicidó o alguien acabó con su vida? ¿Se está repitiendo el mismo patrón con ella? Y sobre todo ¿por que de repente algunos indicios apuntan al marido de Raquel?

Una novela que arranca como una historia de acoso a una profesora para convertirse enseguida en un thriller perverso y apasionante. Una disección de la debilidad humana. De la culpa.

De la fragilidad de las relaciones. Y de las mentiras y secretos sobre las que montamos nuestras vidas sin calibrar ni ser conscientes de las consecuencias.

 

“La literatura ayuda a pensar, a imaginar lo imposible, a creer que se puede. Si de una sola cabeza salió la tierra media de Tolkien o el Macondo de Cien Años de Soledad, de la vuestra puede salir lo que os dé la gana”.


A veces mi costumbre de no leer la sinopsis y de permitir que algunos libros me entren por los ojos, con su portada y su título, hacen que me pierda lecturas más que recomendables.

Y esto es lo que me ha ocurrido con “El desorden que dejas”, es una estupidez, lo sé y sé que en algo debo cambiar, pero el título y la cubierta me inclinaban hacia un tipo de género que no suelo frecuentar y no indagué más. Hasta que vi una entrevista a la protagonista de la serie producida por Netflix y leí la reseña tanto de la novela como de la serie que hicieron mis compis blogueras de   https://thebookslayers.home.blog/ y ya no pude dejarlo para más tarde.

Así que aquí estoy, para hablar de una novela no tan nueva, pero de actualidad por esa nueva serie que acabaré viendo, ahora sí, porque ya me he empapado de la trama.

Vamos a partir de la base de que es una novela negra en la que, de hecho, los protagonistas apartan, conscientemente,  a los cuerpos policiales de la investigación, ignorándolos e incluso mintiéndolos y claro, eso tiene sus consecuencias, sobre todo para Raquel, la gran protagonista de esta historia.

Y voy a comenzar hablando de ella, de Raquel, porque es uno de esos personajes sólidos y coherentes que  no se salen del guión de la novela en ningún momento.

 

Pero era el llanto de una loca, de una desgraciada que había perdido el norte, el sur, que había perdido el equilibrio, la decencia, la vergüenza, el sentido real de la vida. Y lo peor, lo peor era sentir que por momentos estaba más viva que nunca.  Yo, de natural serena, yo de natural moderada, yo de natural prudente, me había vuelto una lunática sin medida. Lo quería todo y lo quería ya.

 

Me ha sorprendido gratamente que el autor la utilice como narradora para contar esta historia terrible, más cercana a la realidad en sus inicios de lo que nos gustaría pensar, porque eso nos permite ponernos en su piel y vivir su angustia, su rabia, sus dudas y sus miedos desde dentro, viéndonos arrastrados al centro de la trama. Me ha sorprendido, más gratamente aún, la forma en que el autor es capaz de describir la personalidad fuerte y a la vez quebradiza de esta mujer, una mujer que se convierte en piel y huesos, en corazón y mente, que se materializa ante nuestros ojos como lo que es, una profesora vocacional, obligada como muchos otros a recomenzar en distintos institutos por tiempos más o menos cortos e intentar hacer las cosas lo mejor posible, teniendo, en muchos casos de frente a alumnos y padres para quienes su  fugacidad en el puesto dan alas a acciones no solo inmorales sino, en algunos casos, incluso delictivas.

 

- Porque creo que ya te voy conociendo y eres de las que prefiere torturarse y echarse la culpa de todo lo que pasa, en vez de admitir que entre los alumnos hay verdaderos profesionales del mal. ¿O me equivoco?

 

El autor es capaz de impregnar de realidad, no solo ese ambiente de los centros de educación secundaria, sino la vida que los adolescentes (no todos, eso también es cierto), desarrollan fuera de los mismos. Y es que en este caso me gustaría pensar que Iago, Roi e incluso Nerea, o más bien sus actitudes, son excepciones al común de los muchachos de su edad.

 

Para Iago, excesivo por naturaleza, todo era un juego de poder, y en eso era el rey. Aunque acostumbrado a ganar, cuando las cosas no salían como  esperaba, podía perder el control como solo los adolescentes saben hacerlo, reaccionando con una ira explosiva de dimensiones desproporcionadas, dejando en evidencia que aún no era tan adulto como le gustaría.

 

Lo que si tienen en común todos ellos es la sobreexposición a las nuevas tecnologías y su uso, en muchos casos, desafortunado. En este punto, y como buena novela negra, Carlos se despacha agusto con la critica a nuestro uso de las redes, con la confianza en su seguridad y con los peligros a los que nosotros mismos nos exponemos al esperar que sean estas mismas redes quienes protejan nuestros secretos, que sean inexpugnable, cuando somos nosotros cuando nos exponemos como si viviéramos en celdas de cristal.

 

- ¿Evapora? ¿Cómo el agua hirviendo, dices? Nena, todo lo que escribimos, enviamos, borramos, guardamos, todo, todo deja un rastro. Y más si no haces ni lo mínimo para borrarlo.

 

Y la novela que comienza pareciendo un caso más de acoso a un profesor, va  poco a poco mostrando lo que ocurre tras las bambalinas de ese escenario principal donde vemos moverse a Raquel, a Germán, a Mauro, a Gabriel, a Tomas….

Centrado en esa Galicia que tan bien conoce, el autor nos introduce en ese caciquismo que, aunque de

forma diferente, muchos siguen ejerciendo en núcleos pequeños de población. Un caciquismo operado por el poder del dinero, como siempre, un caciquismo que va mas allá de las andanzas de quienes las ejercen que, como desde el principio de los tiempos, no suelen ser ejemplo de moral, pero que están rodeados de una estela de impunidad consecuencia de un respeto que se han ganado, generación tras generación, no por sus  ideales y buenas acciones, sino por el miedo a que nos alcancen las ramificaciones de su poder, por el terror a que sus amistades, sus contactos, consigan hacernos la vida imposible. Personas, al fin que siguen manteniendo a los demás bajo su bota a golpe de buenas palabras, primero, para atraerlas a su red y después, invariablemente a través de amenazas veladas o, directamente, a base de “expulsarlos de su esfera” esa en la que la seguridad y la tranquilidad están garantizadas.

 

Odio que le salga esa cosa tan servil, tan sumisa. Con los Acebedo se comporta como lo hace todo el pueblo. Parece agradecido de que ellos le incluyan en su círculo, cuando en realidad solo están siendo amables con él mientras les sirve la comida.

 

El libro habla de secretos inconfesables, de confianza y de traición, de adicciones, de pérdidas, de la muerte y de cómo la afrontamos, de las relaciones y sus mutaciones y sobretodo, nos habla de la imagen que cada uno de nosotros conformamos sobre aquellos que nos rodean, sobre quienes nos importan, sobre quienes odiamos o amamos.

Y llegamos a este punto, debo referirme a Viruca, esa otra gran protagonista que se va haciendo fuerte a medida que avanza la historia, una mujer hacia la que mis sentimientos han ido pasando del blanco al negro y del negro al blanco a lo largo de la trama, una mujer que, al final, como todos tiene sus luces y sus sombras, una mujer que he amado y odiado a lo largo de la trama. Otro personaje que, sin duda, merece la pena conocer.

 

Te empezaras a sentir muy mal, empezarás a odiarte. Y así, poco a poco, empezará tu caída. Y es inevitable. Porque te das cuenta de que harás lo que sea […]. Pero el precio es muy alto, porque te acabas de convertir en el rehén de tu extorsionador. Y en lo que más odias, en alguien que está siendo manipulado, en alguien a quien tú detestarías, porque te estás transformando en la peor versión de ti misma, en una cobarde, en una vendida, y sobre todo en una mala profesora. La peor. Y no lo soportarás, te culparás por haber cedido, por haberte dejado arrastrar, y si en algún momento te da por rectificar, ya será tarde. Tus acciones ya no tiene justificación, nadie te iba a perdonar si ahora quisieras dar marcha atrás. Porque lo que te han obligado hacer no sólo está mal, seguramente también es ilegal. Así que ni la jefa de estudios, ni el director, ni tus compañeros, ni los alumnos te perdonarán. Ni tu marido […]. Y eso será la puntilla. Te sentirás atrapada, hundida, sola, y tal vez, la única salida que veas sea acabar con todo. Desaparecer. Unas pastillas, unos cortes en las muñecas, ¿ahorcarte? ¿Ahogarte?...-Silencio. No sé ni qué decir ante el futuro macabro que acaba de predecir […] -. Eso es lo que le pasó a Viruca. Y por eso la encontraron flotando en el embalse.

 

El autor hace un ejercicio magistral de construcción de los personajes, una descripción maravillosa de

los paisajes de Novariz, de ese instituto y esas termas que tengo ganas de ver con mis propios ojos y hace, sobre todo una elaboración cuidada la historia, una trama nada sencilla que sin embargo el autor es capaz de hilar sin que se noten las puntadas hasta llevarte a un final que es la forma perfecta de cerrar la historia.

Ha sido, desde luego, una gran lectura, una novela que os recomiendo leer, sobre todo si, como yo, estáis dispuestos a ver la serie y comprobar lo que en una hay de la otra.

 

Me siento como en una película donde hay una bomba a punto de estallar y solo yo soy consciente del peligro. Tengo que salvar al mundo del estallido, de la catástrofe, y tengo que hacerlo sin que nadie se entere, sin que pare la fiesta.

¿Pero cómo?.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Durante la nevada

Roso, Luis (2020)

Durante la nevada

Alrevés, Barcelona, 392 pp.

ISBN: 978-84-17847-59-3

 

En las Navidades del año 1968, el cuerpo de la joven Rebeca Sanromán fue hallado en una laguna helada en las inmediaciones de un pequeño pueblo de montaña al norte de Burgos, sin que se hallara nunca al responsable de su asesinato.

Diez años después, dos reporteros de un diario provincial viajan hasta el lugar para escribir un artículo sobre el crimen: Miguel, un periodista de raza, formado en los años más oscuros del franquismo, y Esmeralda, una joven idealista criada a la sombra de su estricto padre.

La investigación periodística, que se preveía anodina, pronto se convertirá en una compleja trama en la que Miguel y Esmeralda verán peligrar sus carreras profesionales y hasta sus propias vidas, mientras que el país entero bulle por los vertiginosos cambios políticos y la violencia desatada en los primeros años de la Transición democrática.

 

Ética o estética, esa es la eterna lucha. Con los años te irás dando cuenta de que esto del periodismo siempre funciona así. Una cosa es lo que averigües, y otra lo que cuentes y cómo lo cuentes. Es como sintonizar la radio: a veces hay que ajustar mucho con la rueda para encontrar el canal que buscas. Pero con paciencia y práctica todo se puede conseguir. Esta es una de las pocas consecuencias positivas que tuvo la dictadura para nuestro oficio: nos enseñó a decir mucho sin decir nada. Y lo que es aún más complicado: a no decir nada aun diciendo mucho.

¿Eso qué significa? —Que hay que confiar en la inteligencia y la complicidad del lector para que entienda lo que tú quieres que entienda, ni más ni menos

Algo así como lo que decía Machado, «Da doble luz a tu verso, para leído de frente y al sesgo».

 

Luis Roso es uno de esos autores que tenía pendientes desde hace años, pero cuyas historias habían ido quedando relegadas por otras lecturas. Por eso, cuando en #SoyYincanera se propuso la lectura conjunta de su última novela no pude, ni quise resistirme y la verdad es que ha sido un verdadero acierto.

Durante la nevada es una novela negra que se sitúa, además, en una de mis épocas históricas favoritas, la transición española. El autor ha llevado a cabo, sin duda, un gran trabajo de documentación que se filtra a través de las páginas, sin dogmatismos y, lo más importante, sin que Luis se empeñe en darnos una lección de historia, sin que se empeñe en demostrarnos todo lo que sabe de una época convulsa de nuestra historia. Una etapa determinada por el ambiente político que el autor nos muestra, pero en la que desliza además el cine, la televisión, la literatura y la prensa, para situarnos en un contexto definido por un cambio político, pero también, o tal vez debido a esto, por el inicio de los cambios sociales que esta nueva etapa suponía.

 

Después de las casi cuatro décadas con los medios del régimen trasladando a la población una sensación de apatía generalizada, de certidumbre y estabilidad, la democracia había supuesto una ruptura perceptible, más que en ningún otro ámbito, en el periodismo.

 

La novela está llena de personajes potentes y perfectamente definidos.

La pareja protagonista, Miguel y Esmeralda, se encuentra fuera de los cánones habituales. Tienen edades distintas, pasados distintos y vivencias distintas, pero tienen  en común un rasgo más que importante: su profesión y su incansable búsqueda de la verdad y diría, más aún, de la justicia, tenga esta búsqueda las consecuencias que tenga.

 

Yo leía mucho, y tenía el convencimiento de que la apariencia era algo secundario. Que la revolución

no se hacía dejándose crecer la barba.

 

Dentro del elenco de secundarios que les acompañan en esta aventura, debo comenzar hablando de Beatriz, una mujer independiente adelantada a su época, una compañera para Miguel, más que una “mujer” de la época acostumbrada a vivir para y en pos de su marido.

Los cuerpos de seguridad,  tanto la Policía Nacional, personificada en el Inspector Velasco, como la guardia civil, en los personajes del Teniente Zaballos y el Teniente Coronel José Cerdá, a los que la pareja protagonista se encuentra a veces de frente y a veces en contra, unos cuerpos que arrastran, tanto en el ámbito urbano, como en el ámbito rural reminiscencias del régimen anterior provocando más de un problema en la investigación y en la propia vida de los protagonistas.

 

Además, si hubiera sido él, el teniente se lo habría sacado en el tiempo que lo tuvo detenido. Que ya saben ustedes cómo son esos interrogatorios de la Guardia Civil.

 

Las fuerzas vivas de los pueblos del interior de la península, en este caso Sancho Guijarro, el alcalde de Zarza de Loberos, que lo fueron perpetuándose a sí mismos por años y años debido, obviamente, no a la elección de sus vecinos, sino al “enchufismo”, a ese estar en el bando correcto que les imprimía de una capa de seguridad para mantenerse en la “cumbre” y que sus vecinos aceptaban más por miedo que por cualquier otra razón. Y que vieron tambalearse esa seguridad con el nuevo régimen que se avecinaba.

 

Es un parásito que lleva media vida viviendo de no hacer nada, gracias a su amistad con el antiguo gobernador civil de la provincia, que era familia suya. Ahora quiere subirse al carro de la democracia y además seguir llevando las riendas. Pero no. Esto no funciona así. Ahora nos toca mandar a los otros, a los que hasta ahora nos ha tocado bajar las orejas y tener la boca cerrada.

 

Los descendientes de estas fuerzas vivas, como nuestro Leandro Guijarro,  que se acomodaron a vivir en el poder y que a base de dinero e influencias construyeron sus imperios, aún en los contextos más peligrosos.

 

Era miembro de Fuerza Nueva y uno de los baluartes de la organización ultraderechista en el País

Vasco, aunque a la vez mantenía contactos poco o nada discretos con distintas organizaciones y asociaciones del entorno abertzale a las que no tenía reparos en apoyar económicamente bajo cuerda. Parecía haber sido capaz de ubicarse en una suerte de limbo, una situación de equidistancia perfecta, que le permitía moverse con libertad en el turbulento panorama político, social y económico de la región.

 

Rebeca Sanromán, un personaje que, a pesar de no estar presente “físicamente” en la trama, es el punto común alrededor del cual se estructura toda la historia, convirtiéndose en el elemento principal que permite al autor realizar un análisis de las relaciones familiares y vecinales y una crítica explícita a la posición de la mujer en la década de los años 70 del siglo pasado, esa posición en la que la etiqueta que te colocaban era la que te determinaba y en la que, poner etiquetas, era para los otros  el deporte nacional. Por desgracia, esa mala costumbre de etiquetar a las mujeres, aún sin prueba alguna, no ha quedado relegada al pasado como el régimen anterior, sino que, para nuestra desgracia sigue muy viva en nuestra sociedad.

 

Pues, a ver, en general era una chica muy normal. Alegre, simpática, cumplidora… Pero también tenía lo suyo. Como cualquiera. —¿Qué era lo suyo? —preguntó Esmeralda. —Pues lo que tenemos todos, nuestra cara oculta. Ella, digamos que podía ser un poco descarada a veces. Un poco atrevida. No sé si me explico.

[…]

 

Es solo que tenía diecinueve años, y que hacía lo que le parecía con quien le parecía, sin importarle lo que pudiera pensar usted o cualquier otro.

 

Junto a estos personajes, se alza, como un personaje más el terrorismo de ETA, especialmente virulento en esta época. Sus acciones y las consecuencias que tuvieron para quienes las sufrieron en sus carnes, para quienes tuvieron que vivir bajo su amenaza durante toda su vida.

 

En los tiempos que corren, para alguien como yo lo más prudente es suponer que cualquier extraño que se te acerque lo hace con intención de pegarte dos tiros. Desconfiar de todos es la única forma de seguir vivo.

 

Y si los personajes son potentes, no me lo han parecido menos los paisajes en los que el autor desarrolla la trama. Paisajes descritos de forma certera, que transmiten, no solo la imagen de los mismos, sino las sensaciones que en ellos se viven, sobre todo cuando se refiere a Las Sabinas, esa pedanía en la que te ves inmerso en la soledad, el aislamiento, el frio y un punto cercano a la locura que se intuye en quienes poblaron y pueblan esas tierras.

La llamada “España profunda” se retrata desde quienes la habitan y también desde aquellos que comenzaron a abandonarla ya en los 70 buscando un futuro urbanita que les alejara de la esclavitud del campo, que les proporcionara un futuro más cómodo y mejor remunerado. Una generación que inicio los pasos de lo que hoy llamamos la España vaciada, pues buscando su propio futuro, legítimamente, no digo lo contrario, acabaron con el propio futuro de esos pueblos. Esta España profunda, con su propia idiosincrasia, con las enrevesadas relaciones de sus habitantes, con los secretos y verdades que cada uno de ellos conoce y calla, se erige, durante la novela en otro protagonista más, para mí, el más importante de todos ellos. Y si borda la descripción de la España rural no lo hace menos en el retrato de la vida en las ciudades de provincias, ciudades en las que pesa tanto lo que los demás piensen de nosotros que acaba determinando nuestra propia forma de vida. Frente a la libertad que supone la vida en Madrid, esa capital que muchos, en aquella época y en esta, identificaban con la tierra de la libertad, un territorio de excarcelación de los estereotipos que se cargan como losas en el lugar en que a cada uno le toca nacer.  Madrid con sus bares,  sus cines y teatros, sus luces y su vida… pero también con esa oscuridad de las calles donde de madrugada puede atacarte un malnacido…

 

Aquí no hay turismo, ni industria, ni minería. Antes había algo de cereal en el llano, y frutales, y hasta panales de miel, pero ya no quedan jóvenes que quieran trabajar y vivir de eso. Solo hay viejos que viven de sus cuatro vacas, sus cuatro gallinas y su huerto. Que el campo es muy cansado y no da dinero, dicen los jóvenes. Tenemos un par de bares, un par de tiendas, y con eso nos las tenemos que apañar los que no tenemos edad o fuerzas para irnos. Este pueblo, se lo digo yo, no es más que un cementerio. Por estas calles solo caminan ya almas en pena.

 

El paseo fue corto y tuvo algo de espectral a causa de la oscuridad, el silencio roto únicamente por los ruidos del interior de las viviendas —platos, televisores, llantos de niños— y la sensación de tiempo detenido tan típica en las noches del invierno en las ciudades de provincias.

 

Lo que Madrid le ofrecía no podía ofrecérselo Burgos ni ninguna otra ciudad de provincias. El anonimato, la libertad, eran bienes preciados de los que ella no había podido disfrutar a lo largo de su vida.

 

La novela es, sin duda, la resolución de un asesinato que 10 años atrás quedó impune, pero es también una fotografía de la sociedad de finales de los 70, cuando el mundo conocido hasta ese momento en nuestro país comenzaba a desmoronarse, cuando el futuro era incierto, cuando cada cual debía reinventarse para encajar en la que se avecinaba, cuando los impunes pretendían seguir manteniéndose impunes y cuando los que habían estado escondidos o temerosos de expresar sus ideas comenzaban a ver resquicios de luz al final del oscuro túnel de represión y de censura. Y en esta ansia de libertad el periodismo, que tan bien retrata el autor, era un medio privilegiado y los periodistas de raza, como Miguel y Esmeralda eran la punta de lanza para abrir un nuevo camino. Y ambas partes, la trama negra y la trama histórica me han absorbido de la misma forma llevándome a considerar esta novela y a este autor como uno de mis grandes descubrimientos de este extrañísimo año que nos ha tocado vivir.

 

En el periodismo no pasa nada por dejar una historia a medias cuando no se tienen más datos. Pero en la literatura todo tiene que quedar cerrado. Hasta los finales abiertos son en el fondo finales cerrados, porque el lector normalmente intuye qué es lo que va a ocurrir a continuación.